Puig Campana desde El Collado. Foto Joan Piera
RUTA DEL MORER: BELLEZAS DE LA MARINA BAIXA
Podía llamarse la ruta de los madroños, ya que este arbusto tiene una presencia constante en todo su recorrido. Claro que, por esta misma razón, podía llamarse también la ruta del enebro (càdec en valenciano), del brezo, de la aliaga... Y sobre todo del pino, cuya presencia no sólo es continua, sino felizmente abundante. Tanto es así que, de no ser por la variedad, se diría que estuviéramos en Soria, con Machado. Por la variedad y por la orografía del paisaje que, en puntos específicos, admite una honrosa comparación con los Pirineos aragoneses. Tal es el caso de la pequeña cordillera de Els Castellets, en cuyo collado se abre una puerta que nos puede introducir en la mitología con sólo soltar dos muescas la imaginación. El dios está delante, si tomamos el Mediterráneo como referencia. Su figura es imponente, majestuosa; su tamaño, descomunal; su posición, envidia de los elegidos; su nombre, Puig Campana, el vigilante del mar, el testigo impertérrito del nacimiento y de la vida, aunque también de la destrucción y de la muerte...
Cordillera de Els Castellets. Foto Joan Piera
Desde los mil cuatrocientos seis metros de altitud de este bello monte, medidos en el Pic Gros, el hotel Bali puede ser la reina de un enjambre de rascacielos abarrotados de turistas en bañador. O completamente desnudos. Desde esta altura, donde la vista se pierde sin que por ello se agote la lejanía, ¿qué importancia puede tener un “alma en pene”, como diría el poeta Ángel González?
Finestrat puede estar orgulloso de que en su término se yerga este gigante natural para poder ofrecerlo a los pájaros, a los hurones, a los insectos... y a esos animales inclasificables, destructivos y creadores, llamados seres humanos, que están dotados de ojos para extasiarse ante la excelsitud, de piernas para merecer despacio el camino, de oídos para escuchar a la Naturaleza en la profundidad mágica del silencio, de boca para alabar la innumerable belleza de esta Comarca que tan graciosamente se nos ha dado, y de disposición para protegerla de los enemigos, que son fuertes y muchos, y guardarla con amor y respeto para el gozo de nuestros hijos y los hijos de los hijos de nuestros hijos...
Podía, así mismo, llamarse la ruta del Sacarés, nombre que es bien conocido en los pueblos de la zona, puesto que muchos de ellos participan, directa o indirectamente, de los caminos que atraviesan la partida, o incluso se originan en ella. Me refiero a Polop, Benidorm, Villajoyosa, Finestrat, Benimantell, Guadalest, Benifato, Sella, Orcheta, Relleu. A ello hay que añadir la Masía del mismo nombre, en cuyo frente hay un pino centenario que sencillamente es “hermoso como un león al mediodía”.
También podía llamarse la ruta del Papachí, Masía que queda ya en término de Benimantell, en el camino del Sanchet, detrás del collado del Papachí y en uno de cuyos extremos terrenales se abre un generoso balcón hacia Altea, La Nucía, la Sierra de Bernia, el Peñon de Ifach, y la larga lontananza del mar que nace de los acantilados del Mascarat y de las playas de Calpe... Más allá, Nereo y las sirenas de Ulises, los reinos de la imaginación en los que una tal Penélope acaso siga tejiendo la alfombra o deshojando la margarita.
Podía llamarse incluso la ruta del Goleró (topónimo que procede de "gola", es decir, garganta). Se trata de una especie de barranco, cruzado por una escalera en zig-zag, por donde el rutero se puede comunicar con Aitana, que no es la hija de Alberti, sino la montaña más grande que las cabras de Sella han visto nunca en el mundo. Es grande y hermosa, pero ¿podía ser de otro modo con ese nombre? Aitana, la montaña, la mujer, tal vez el pie femenino del repetidamente nombrado Puig Campana, cuya cumbre, si atendemos a determinada leyenda, sufrió un tajo de espada del que procede la isla de Benidorm, L’illa, para los amigos. Ahí está la brecha, con el curioso nombre de Rolando.
Finalmente, la llamaremos la ruta del Morer ¿Por qué? Veamos. El Morer es un paraje idílico que se ubica un trecho por encima de donde al camino de Finestrat a Sella- Benimantell le sale un ramal hacia Polop. Por debajo están los barrancos de Muyalem y del Charquer. Por encima, el camino del Sanchet y el Mas del Papachí.
El centro del Morer es una pequeña fuente a la que se accede por un corto sendero que baja desde el camino mencionado, por fortuna muy poco visible. Razón por la que el paraje no sólo es idílico, sino también virginal. Ni un plástico, ni un leve recuerdo de la civilización. Sólo hierbas y juncos, sólo nogales y fresnos, sólo madroños y “perellons”. Sólo el discurso silencioso de un agua tan clara como mínima, el agua de una fuente en la que según el pastor de cabras de Sella, que tiene allí plaza, siempre han bebido los pájaros... “¿Cómo van a escondérsela?” Tal fue el razonamiento de este hombre ante determinadas pretensiones de que el agua fuera entubada...”¿Dónde van a beber entonces los pájaros, si han bebido aquí toda la vida?”.
Font del Morer. Foto Mariano Estrada
¿Por qué se llama Morer? El paraje, que es frondoso y variado, tiene muchos espinos, arbustos que también reciben el nombre de zarzamoras; sus frutos, las moras silvestres, posiblemente le han prestado el nombre al lugar. Debajo de la fuente hay unos pequeños bancales poblados por árboles de hoja caduca que, en el momento de la visita, se mostraban engalanados con los mejores colores del otoño: rosa en los fresnos, amarillo en los nogales y los manzanos, rojo en los cerezos...Por cierto, en algunos árboles, con las ramas desmochadas o quebradas, queda bien patente la presencia de los jabalíes...En las ramas, y también en las escopetas que, más o menos subrepticiamente, deambulan por trochas y senderos, y también por el monte a través.
De los minúsculos bancales del valle salen unas pequeñas laderas que, pobladas de la vegetación tradicional, van a estamparse bruscamente contra dos enormes bloques de piedra que exhibe la naturaleza con una apabullante majestuosidad y un insultante desparpajo. Se trata de la Peña del Morer, una impresionante mole que, cortada en vertical, se asoma a la minúscula fuente desde la altura mitológica de lo inalcanzable. En su parte más alta se percibe un penacho raquítico de pinos, que desde otros puntos de vista se hace más comprensible. Y el Peñón del Morer, divergente en la forma, pero próximo en la ubicación y hermano en el tamaño. Su cara septentrional, en una buena parte de su extensión, nace del mismo margen del valle, allí donde la naturaleza es más húmeda, más exuberante, más tierna...donde los nogales y los manzanos enseñan sus más lujosos vestidos.
Peña del Morer, con niebla. Foto M. Estrada
Entre estas dos peñas feroces se abre un portillo perfectamente asequible que deja ver, hacia el este, un montículo mocho cubierto de abundante vegetación, la cual viene a poner en el cuadro un bonito contraste. Un poco más abajo, y algo distanciada de estos dos colosos de piedra, emerge de forma puntiaguda una modesta roca a la que los lugareños, cariñosamente, le dan el nombre de Peñonet. Pero hay una enorme condescendencia al referirse a esta peña como integrante de una trilogía montaraz, divinamente rocosa. Más bien es el hijo huérfano de algunos familiares plebeyos de la tribu de Liliput.
DESCRIPCIÓN SOMERA DE LA RUTA.
Salida.
Se parte de la Font del Molí, en Finestrat, donde el agua está siempre presente y es abundante y fresca, donde llenar la cantimplora puede ser una necesidad, pero sobre todo es un rito. El Puig Campana está de frente, expectante y ofrecido, con su apariencia doméstica y su torrentera empinada y ciertamente engañosa.
Como la marcha es generosa en longitud, conviene acortarla con el coche. De manera que tomamos el camino hacia Els Castellets y lo aparcamos justamente donde empieza la finca del Sacarés, que es grande como el beneficio de la Banca. Esto se sabe fácilmente porque el camino está cortado por un perfil metálico, o sea una viga de hierro, de uno de cuyos extremos pende un áureo candado. Lo que quiere decir que la finca es privada. No obstante, el camino es de uso público por ser vereda real. Lo que tiene sus pros y sus contras, en los que no vamos a extendernos, por obvios. Empezamos, pues, la ruta en el llamado coche de San Fernando.
El Mas del Oficial:
A nuestra izquierda, la impresionante cordillera de Els Castellets. Subiendo unos repechos paralelos a la misma, pero asfaltados, nos encontramos, a la derecha, hundido en las umbrías faldas del Puig Campana, con el Mas del Oficial, un caserón con bello movimiento arquitectónico, de color terroso humilde y coronado por una armónica teja. El sol lo visita muy tarde, dejando sobre él, ya a última hora, la calidez de una luz pálida.
El collado
Justamente detrás del Puig Campana, se abre una gran puerta en Els Castellets, por donde discurre mansamente el camino. Muy cerca de éste, a la izquierda, se yergue una roca que es digna de contemplación, formando una de las jambas del boquete. En el replano hay un ramal que parte hacia dicha roca y, tanto el camino como el ramal, están bordeados de unos grandes cipreses dispuestos en fila y a una holgada distancia. Aparentemente no hay nada que los justifique, pero allí están, hablando tal vez de la belleza en sí de las cosas, despojados de todo utilitarismo que no sugiera el placer de un paseo en la soledad y en la calma. A continuación aparecen los primeros madroños, arbusto que está en el escudo de Madrid, donde nunca los ha habido, dejándose abrazar por el oso que va buscando unas bayas que, en su madurez, son rojas, granuladas y comestibles. A partir de aquí, los madroños ya nos acompañarán durante todo el trayecto.
El Mas del Sacarés
Seguimos el camino y, a la derecha, entre vistas generosas y variada vegetación (aparte de la ya indicada hay torviscos, lentiscos, carrascas, madreselvas, espliego, romero...), llegamos al Mas del Sacarés, que es el que le da el nombre a la partida, o lo toma de ella, que eso no lo sé. Pero antes dejamos atrás lo que sería el centro neurálgico de la ruta, donde hay una especie de encrucijada de caminos de la que uno puede salir, por piernas, en varias direcciones: a Polop, a Sella, a Benimantell, a Finestrat, al Salt, al Mas de la Carrasca, a la Casa de Dios...
El Mas del Sacarés es una antigua casa que ha perdido parte del encanto con la rehabilitación, el encanto que conserva íntegramente el Mas del Oficial, del que antes hemos hablado. Me refiero, por supuesto, a la estética exterior, a la forma, a los volúmenes, a la armonía del conjunto, a los acabados de las fachadas, a esas cosas que hablan por sí mismas de un tipo de vida o de otro y que suelen ser reflejos de sus habitantes: de sus costumbres, de sus tradiciones, de su dedicación, de su forma de ser y de vivir.
Conserva, sin embargo, el privilegio de las vistas que no le pueden quitar, puesto que está mirando hacia el sol en toda la extensión de su recorrido y tiene delante, pero suficientemente alejados, el Puig Campana, Els Castellets y el Goleró que sube hacia Aitana en un bello zig-zag...
También conserva, acotando por el Sur el patio que hay delante de la casa, un hermoso pino de pinos, quiero decir: un pino cuyas ramas son pinos cuyas ramas son pinos. Algo así como un pino eleático...O como una flor de flores, quizás la Bellis sylvestris (margarita), que es otra de las maravillas de la naturaleza que pueden verse en la zona. El pino en cuestión, parece ser que tiene entre 120 y 160 años, por lo que, a pesar de su aparente fortaleza, acaso tenga un cercano final. En ese patio extenso, que toma sombra de él, nada me cuesta imaginar que hubo un día una era en la que daban vueltas las mulas y los trillos.
Pino en el Mas del Sacarés. Foto Mariano Estrada
Hacia la Fuente del Morer
Un trecho después de la Masía se acaba la finca del Sacarés y los holandeses que actualmente la ocupan. Se repite la viga y el candado, como se repite la historia y el pepino. A partir de aquí, y hasta la fuente del Morer, el camino se convierte en maravilla, no tanto por el estado del firme, que es de tierra elemental, como por la tupida y frondosa vegetación que lo bordea y que, en la bajada hacia el barranco de
Muyalem es un bosque de pino joven y esbelto, afortunadamente despojado de la maleza, de la cual podemos decir que, si bien es belleza subsidiaria, puede convertirse en incendio y provocar el desastre. Treinta años son demasiados y antes no se produciría la regeneración. Y cuando un bosque se quema, especialmente en esta zona, no se quema nada de ningún conde, sino una parte de nuestros órganos vitales, esas fuentes de la naturaleza a través de las que todavía podemos respirar.
Fin de la ruta
La fuente del Morer, de la que ya hemos hablado anteriormente, es el fin teórico de la ruta. Claro que la ruta puede seguir, al menos, hasta la Masía del Papachí, donde quedan las marcas de un pequeño helipuerto que mandó construir la persona que rehabilitó la edificación, una emprendedora mujer que vive en Alicante. No obstante, lo dejamos en este punto porque es un espléndido final y porque, de otro modo, la excursión puede hacerse muy larga.
ADDENDAS ESENCIALES.
Cuando el rutero observe unas pequeñas excavaciones en la tierra o unas huellas frescas en la humedad del camino y alguien le diga que es del "porc senglar", que sepa que se están refiriendo al jabalí, ya que ése es su nombre en valenciano. Y si ve un insecto amarillo revoloteando sobre la madreselva (Lonicera implexa, "lligabosc") o sobre el torvisco (Dapne gnidium) o sobre el durillo (marfull), puede que se haya topado con la Gonepteryx cleopatra, que es una mariposa de grandísimo fuste. Pero si es un observador empedernido o un naturalista avispado, puede que encuentre una araña devorando a un saltamontes (o sea inoculándole los enzimas digestivos), y quizás esté delante de la Araneus diadematus.
También es muy posible que el rutero se tope con un todoterreno blanco que baja hacia Sella o que sube hacia Polop, cuyo conductor es un calvo hasta las cejas... Que sepa de antemano que no es Yul Brynner, sino un integrante de la Comunidad Budista Guhyaloka, en viaje de servicio. Esta Comunidad lleva implantada varios años frente a las peñas del Morer, donde dicen que tiene ocho o diez casas estratégicamente distribuidas.
Las flores del madroño o Arbutus unedo (Arbocer en valenciano)
Al igual que las del brezo, las flores del madroño son urceoladas. ¿Qué quiere esto decir? Veamos. En las provincias castellanoleonesas de Zamora y León, al brezo se le da el nombre de urz o urce (urces en plural). La derivación viene a ser lógica, pero yo no me atrevería a darla por buena, ni sé tampoco si los estudiosos lo han hecho.
Madroño (Arbutus unedo, "arbocer"). Foto Joan Piera
El pastor y la cabra valenciana
Tenía un rebaño de cabras que no podía atender, noventa en total. Se trata de una cabra blanca, de la especie autóctona valenciana, cuyo destino es exclusivamente la carne. Tenía que vender y vendió. “La ciática, amigo, puede más que la mejor voluntad” Xátiva es el nuevo destino del rebaño.
Se llama Pepito, es de Sella, vive en el pueblo, pero sus auténticas raíces se hunden aquí, frente a la Fuente del Morer, frente a las rocas inabarcables y mágicas de este pequeño paraíso, donde tiene una caseta y un corral y unos almendros y unas parras y unas higueras. Y también tiene unas brañas o prados donde pastan los diez ejemplares de cabra que aún viven con él. Uno de ellos es macho. Apuesto, galán, donoso, mayestático, mandón... Exhibe una barba blanca que apunta directamente hacia el suelo y una cornamenta horizontal, retorcida y larguísima, que lo saca del presente y lo convierte en un cabrón mitológico...
Macho de cabra valenciana. Foto Joan Piera
Del otro lado del valle, del centro geométrico del Peñón, sale el balido de una cabra....¿Cómo ha subido hasta allí? Las paredes del Peñón no son verticales, pero casi. Ni hacia arriba, ni hacia abajo. Ni a la derecha ni a la izquierda. Se va a despeñar...Sólo berrea, la pobre, mirando con pena a sus hermanas que, además de estar juntas, gozan de mayor libertad...
- Ya se habrá dado cuenta de dónde está esa cabra...
- ¿Qué si me he dado cuenta? La he encerrado yo allí, lleva seis meses... Tenía una pata rota y las otras le pegaban ¿Escapar? ¿Por dónde va a escapar? ¿No ves aquel somier? Es la única puerta... ¿Despeñarse? ¿No le he dicho ya que lleva allí seis meses? Eso sí, agua, ni gota, sólo la del rocío, la que tiene la hierba por las mañanas...Se sube por allí, mira... (Yo no veo nada, ni siquiera lo adivino). Por allí, por una franja de unos cincuenta centímetros. Para vértigos no es, desde luego...
Escrito por: Mariano Estrada Vázquez
Jefe de ruta: Gaspar Sellés Ortigosa
Rutero y asesor científico: Joan Piera Olives.
Hola Mariano,
ResponderEliminarMe maravillas como de costumbre con tus escritos.
La ruta parece idílica, como de otros tiempos, recuerdo muy vagamente la zona -la pateé hace muchos, muchos años con amigos de juventud- y pensaba que como es lo más habitual en nuestra zona, estaría todo destrozado, por el urbanismo depredador y la motrización galopante.
Ante tanta belleza, voy a intentar convencer a la familia, para seguir tus pasos e indicaciones, el próximo fin de semamana.
Saludos
pepe
Hola, Pepe: la última vez que la hice fue en mayo, creo que hace dos años. Estaban florecidas las aliagas y todo estaba muy verde y muy bonito.
ResponderEliminarLa primera vez fue en otoño y también estaba todo precioso.
Ahora estamos en la segunda quincena de junio, no sé cómo estará. A lo mejor hace mucho calor, tendréis que madrugar para evitar lo más grueso del sol.
La ruta es fácil de seguir, pero hay un punto donde hay que ir atentos:
"El Morer es un paraje idílico que se ubica un trecho por encima de donde al camino de Finestrat a Sella- Benimantell le sale un ramal hacia Polop". Ese ramal sale de una curva.
Al poco de coger ese camino hacia Polop os encontraréis con las grandísmimas rocas indicadas (Peñon y peña del Morer). Están a la derecha. Sabed que ahí es donde está la fuente, frente a ellas. Del camino sale un pequeño y corto sendero que baja hacia la fuerte, pero no se aprecia muy bien. Hay cerca un cartel de la Comunidad Budista Guhyaloka.
Un abrazo y mucha suerte.
Mariano