Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Copulación
adversativa
Compañero irreprochable y excelente amigo, Arturo era un buen punto para ir con él a ligar porque, aparte de una gracia natural en el comportamiento,
tenía un párpado blanco que atraía las miradas de las víctimas. Y al contrario
que el basilisco, que las mataba, él las invitaba al amor. Tranquila,
sosegadamente.
A principios de los años setenta,
cuando España se desplazaba a Perpiñán por los derroteros del erotismo y del
sexo, nosotros nos lo montábamos en Madrid, como estudiantes estereotipados que
ligaban en Princesa con más o menos
fortuna, generalmente con poca. Pero hete que un buen día... En fin, El Escorial de Felipe II nos ofreció una
hospitalidad hotelera -entonces nada
corriente-, que no exigía libros de familia o, en su defecto, certificados o
documentos cuya aportación nos hubiera sido realmente imposible.
Tanto fue el favor hospitalario y
tanta fue la suerte que, al final, nos endilgaron tres camas por habitación, una de ellas
doble. La noche era joven y estrellada,
con la luna suficiente para poder mirarse a los ojos. Luego resultó que
para Arturo fue también excesiva y tormentosa. Me lo dijo su rostro demacrado,
con los ojos hundidos en la taza del desayuno. Y unas horas más tarde, ya un
tanto repuesto, me lo contó con humor y
con vocablos explícitos. “Deshicimos todas las camas, Mariano, y alguna de
ellas dos veces. ¡Pero qué come esta tía...! ¡Joder! Y esto me pasa ahora, que vengo de una colitis...”
En cuanto a mí, el hecho de usurpar el protagonismo mediante la narración
en primera persona del soneto que se abre más abajo, a lo mejor se debe a la
envidia, porque, muy en la otra punta,
lo mío con “la amiga” fue un rosario de moderación, con tildes de coyunda
consuetudinaria, casi por lo católico, e incluso con la luz arrinconada en muy
antiguos pudores. Ahí queda el soneto.
Copulación
adversativa
Me dio la sensación mientras te amaba
de andar un tanto ayuno de energía;
no obstante descargué la batería
y fui a tomar aliento a la ventana.
Allí me puse a ver el panorama,
un tris desentendido de la hombría:
distante de erotismos y ambrosía,
desnudo de pasión y de pijama.
Mas tú estabas en guerra todavía,
con pólvora más cálida que fría,
ni ausente ni distante ni cansada.
En guerra de ancestral sexología
que yo desde mi alféizar intuía
sin tregua, concesión o retirada.
Del libro El Limón Hespérico
Mariano
Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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