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sábado, 18 de mayo de 2013

El camino

 
Fotomontaje de Justino Blanco Villacé


El camino

A nadie se le oculta que el camino de los seres humanos, a lo largo de la vida, tiene muchos e importantes avatares. En los períodos de la infancia y de la adolescencia, además, está la tremenda dificultad de que hay que dar sobre él los primeros pasos: unos pasos que, aunque inseguros y balbucientes, pueden ser definitorios y decisivos en el siempre irremediable futuro. Y no voy a perderme en cuestiones puramente semánticas, todo el mundo sabe que la expresión “no ha encontrado el camino”, significa que, de todos los iniciados por alguien -que a veces son numerosos-, no se ha  identificado aún con ninguno. Lo cual puede ser deprimente, sobre todo si se sabe que hay personas que no sólo lo han encontrado a la primera,  sino que encima, y al margen de sus mayores o menores dificultades,  ha resultado ser realmente el camino, es decir, el adecuado, el apropiado, el auténtico, el suyo. ¿Y a qué llamo yo encontrar el camino? Pues a encontrar la orientación, sencillamente. ¿A qué otra cosa, si no? El camino puede ser tortuoso, confuso, llano, ramificado, dubitativo, múltiple, diverso…  (En realidad suele ser una combinación de estas y otras cosas). Pero tú, caminante, tienes que saber siempre dónde tienes los pies y, sobre todo, dónde tienes el Norte. ¿Y qué pasa en el Norte? Pues el Norte te indica claramente que aunque te pierdas te encontrarás; que los recesos, los retrocesos o desandares, las dudas, las contradicciones, los escollos,  incluso los desánimos, los descréditos, los empujones, las zancadillas y las caídas, no son otra cosa que el bagaje vital, el fortalecimiento del músculo, la acumulación de experiencias, la maduración como persona, el enriquecimiento del espíritu…  Es decir, el camino. Porque todo eso, más lineal o más zigzagueante, es justamente el camino.

En la España de la posguerra, desbrozar un camino era tarea harto difícil, sobre todo en las zonas rurales, donde el único camino posible, aparte de empinado y angosto, era el camino familiar, por el que andaban al tiempo, y/o sucesivamente, los abuelos, los padres y los hijos, a veces los hijos de los hijos. En la mayoría de los casos, incluso, se arracimaban todos en una misma casa, comían de la misma comida y trabajaban en las mismas tierras. Y no había más caminos que los que a ellas llevaban. Más aún, nadie pensaba que se pudiera hacer otra cosa en el mundo. En los pueblos de la Carballeda zamorana, esto fue así hasta que algunos inconformistas y/o rebeldes, entre los que se encontraba mi padre, dejaron volar sus pensamientos más allá de las fronteras municipales o comarcales. Así fue como mi hermana mayor fue a estudiar a Granada, que no es precisamente el pueblo de al lado. Y así fue como yo, unos años después, me vi metido en un autobús de la empresa Fernández que me dejó en las mismísimas puertas de la Fundación Virgen del Camino. Esto ocurría en septiembre de 1960, cuando Muelas de los Caballeros contaba con todos sus habitantes, menos uno: un niño, como yo, que había ingresado un año antes en el Seminario de Astorga. O sea que fraile o cura. No había otra alternativa posible. ¿Vocación? Bueno, yo declaro que la mía se la sacó de la chistera mi padre: “Este va a estudiar con los frailes como yo me llamo Daniel. ¿De qué otro modo puede salir de esta vida arrastrada?”.

¿Habrá que recordar que Daniel es el profeta de los leones? ¿Y no era en León, precisamente, donde estaba la Virgen del Camino? En aquel justo momento quedó echada mi suerte para los próximos años. Alea jacta est, hubiera dicho mi padre de haber sabido latín. Como no lo sabía, dijo: muchacho, éstas son lentejas, pero tú no estás en disposición de dejarlas. Eamus enim –repliqué yo,  aceptando su decisión y expresando con mímica unos vocablos que aún no había aprendido.

¿Quiere esto decir que mi padre engañó deliberadamente a los frailes? No, mi padre pensaba en mí, en mi futuro, y hasta puede que me viera realmente de dominico. Lo demás lo puso la vida. Ni siquiera yo era consciente de estas cosas que ahora veo tan claras. El día en que lo fui, ya con 18 años, me volví a plantar en casa para sorpresa y disgusto de mi madre, a la que nada había dicho. Mi padre estaba entonces en territorios gabachos, tratando de ganar con sus manos el pan nuestro de cada día. Era la época de la emigración. Los pueblos habían roto el duro cinturón del aislamiento.

Quiero dejar constancia aquí de un profundo agradecimiento a mi padre, que tanto se preocupó por mí, y a mí madre, que fue tan abnegada y comprensiva. También quiero expresar mi agradecimiento a una persona buena que, desde el anonimato, pagaba aquellas trescientas y pico pesetas que, si no recuerdo mal, costaba el colegio. Y al Padre Arenillas, que fue quien la buscó desde su observatorio de San Esteban, en Salamanca. Y a todos los profesores que tuvieron alguna influencia en mi formación, que, por supuesto, no se limitó a lo religioso, sino que fue resueltamente humanista. Y a mi hermana Antonia que, además de la mayor, era mi sol sostenido. Ella quiso ser misionera desde niña, antes de que mi padre la llevara a Granada, donde tomó los hábitos de la Orden de Santo Domingo. Luego se fue a  la selva de Kamarata (Venezuela), después al Zaïre, donde estuvo 22 años, y ahora está en Kiev, donde ha fundado la Casa de los Niños (Dim Ditey, en ruso). Ella encontró el camino a la primera. Supo que era el suyo, se aferró a él con inquebrantable resolución y por él ha transitado durante toda la vida. En la actualidad tiene 65 años y la declarada admiración de su hermano, que, desde convicciones y compromisos diferentes, reconoce en las Misiones (y en los misioneros) la generosa labor en la que la Iglesia puede lavar sus numerosos errores.

Posdata:

Este artículo fue escrito el día 25 de mayo del año 2007 con motivo de la celebración del 50 aniversario del Colegio Virgen del Camino (León), donde yo estudié y viví entre los años 1960 y 1965. Por entonces se editaba en el Colegio una revista titulada “Camino”, de la que se pretendió sacar un último número, pero esto  no llegó a hacerse.
El encuentro tuvo lugar en octubre de 2007, con la participación de unas 600 personas,  aunque lo cierto es que, de una u otra forma, estuvimos todo el año de celebraciones. Mi compañero y amigo Justino Blanco Villacé, leonés de Valderas, pergeñó el magnífico montaje fotográfico que veis y que dio mucho juego en el Blog de Antiguos Alumnos que dirige Josemari Cortés Aranaz, de la Plaza de la Inmaculada.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

2 comentarios:

  1. que bella esa descripción del camino comparado con el camino de la vida,a veces es uno solo,otras veces hay varios caminos,se duda,se retoma o se deja,pero los caminos de la vida ,nunca lo sabremos con precisión,por eso las equivocaciones .hermosa publicacion.

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  2. Hola, Marisol:
    En realidad, la vida es una encrucijada detrás de otra. Es decir, tomas uno de los caminos que te ofrece y, en un punto de determinado, aparece otra encrucijada. Y así hasta el fin, sucesiva e incesantemente.
    Es normal que a veces nos equivoquemos.
    Un abrazo

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