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martes, 2 de septiembre de 2014

Kilómetro cero: una historia de amor


Montiboli, Villajoyosa


Kilómetro cero: una historia de amor

Acababa de colgar esta entrada en el Facebook: “Búscame, amor, estoy solo.  Tengo para ti toda la noche”.  Naturalmente, los comentarios que iban registrándose olían más a broma que a seriedad: “Espérame, cariño, iré con mi vestido de transparencias”. “Ya voy, amor, en cuando salga de la ducha”. “Calixto, soy tu Melibea. Encenderé contigo el fuego del amor hasta abrasarnos en el  alba”… Sin embargo, hubo alguien que, en lugar de dejar un comentario, me envió el siguiente mensaje:
-Compañero de soledad: estoy tan cerca de ti que casi podría acariciarte si sacara una mano por la ventana. Pero no lo haré si tú no sabes quién soy.

Decidí que se trataba de una broma, pero no voy a negar que deseé que se tratara de una vecina. Descarté este pensamiento, no obstante,  por parecerme interesado y simplista. De manera que seguí con mis quehaceres cotidianos, más allá del Facebook, por supuesto. El Facebook lo utilizo para airear un poco las neuronas…  Sea como fuere, los comentarios seguían: “Hola, tesoro, soy tu zahorí, espérame en la profundidad del espacio”. “Buenas noches, amor, ¿te gusta la lencería negra?”. Y entre tantos comentarios  llegó  un  segundo mensaje:
-¿No me contestas? ¿Me tienes miedo, acaso? ¿O es que solo eres valiente de boquilla? Si de verdad estás solo, cosa que no dudo, yo estoy dispuesta a pasar contigo la noche. Piénsalo. Me tienes tan a mano que podemos  compartir la soledad en unos cuantos minutos, en tu casa o en la mía, porque, como tú, yo también estoy sola.

Me empezaron a hervir los pensamientos. ¿Era quien yo quería que fuera? ¿Hablaba en serio o se estaba riendo de mí? Tenía el corazón acelerado. Se me ponía ante los ojos la imagen de alguien que estaba constantemente en mis sueños. ¿Era ella la que me estaba retando de una forma tan clara? Temía que todo fuera parte del juego que yo mismo había empezado. 
   -¿Quién eres? –me atreví  a contestar tímidamente.
   -¿Que quién soy? ¿No me reconoces?  Soy aquella que te sueña y te anhela desde la primera vez que te vio, aquella que cuando se cruza contigo no se atreve a mirarte, aquella que de todas formas te mira y te remira como solo sabemos hacerlo las mujeres, con el rabillo del ojo;  aquella que te sigue en el Facebook silenciosamente y que esta noche se ha atrevido a romper los diques de hielo que se pudieran interponer entre nosotros, porque sé que estás solo de verdad  y que yo podría llenar todas tus noches…
   -Si de verdad te conozco, como dices, ¿Cómo es que te llamas Irene?  ¿Te estás riendo de mí?
   -¿Reírme de ti? Si supieras lo que me ha costado vencer la timidez, si supieras que retuve el mensaje en la bandeja durante más de media hora con el dedo lleno de ansiedad y de dudas, si supieras cómo me tiembla el corazón porque ignoro las consecuencias de este paso, tal vez precipitado e inútil. No, no me río de ti, lo que pretendo es amarte para reírme luego contigo, amarte hasta que la felicidad nos embargue y nos devore y luego nos envuelva la risa. ¿Cómo voy a reírme de ti si estoy deseando  confundirme contigo?
   -¿Eres de verdad quien yo creo?
   -Sí, lo soy.
   -Puedes decirme tu nombre?
   -¿Realmente necesitas que te lo diga?
   -Contéstame tú, ¿lo necesito?
   -No, lo sabes perfectamente. Sabes que no puede ser otra. Sabes que no hay nadie que te ame como yo. Sabes que me amas como no has amado jamás. El día que nos conocimos fue el amanecer del amor, desde entonces nos hemos estado soñando cada  día, cada hora, cada minuto. ¿O  vas a decirme que me equivoco? ¿Vas a negar que has estado soñando conmigo desde entonces y a todas las horas del día y de la noche? ¿Quién te ha dado la fuerza para vivir durante todo este tiempo? ¿Y cuánto tiempo es, me lo puedes decir?
   -Un año.
   -Un año, tres días, dos horas y unos cuantos minutos. Lo tengo anotado en los calendarios, en los cuadernos, en los libros, en las estrellas de la noche…Lo tengo anotado en el corazón…

Me quedé pensativo unos instantes. Eran muchas cosas las que tenía que digerir en muy escaso tiempo. Eché un vistazo a mi muro, que seguía llenándose de comentarios. Pero a estas alturas, ¿qué me importaban a mí los comentarios de mi muro? ¿Qué me importaba nada que no fueran los impulsos que nacían de mi pecho, las palomas que volaban hacia el nido de quien ya era mi referencia amorosa? El corazón me latía con una violencia desacostumbrada: “Es ella, me quiere. Me lo dicen sus palabras y me lo está diciendo la sangre. Tengo que verla ahora mismo, tengo que fundirme con ella en abrazos que se enreden a su cuerpo, en besos que trasvasen emoción y vida”.
   -No –repliqué con decisión, tras una leve pausa-, no  necesito que me digas tu nombre, porque lo tengo grabado a fuego en el alma. No necesito que insistas en tu amor, sé que me quieres desde el instante en que nos miramos a los ojos. No necesito siquiera que me digas el momento en que vamos a amarnos, porque esto va a ocurrir de inmediato y lo haremos ya para toda la eternidad.
   -Es cierto, amor –me contestó inmediatamente-,  ni siquiera necesitas que te diga el rincón en el que vamos a encontrarnos ahora mismo. Ambos lo sabemos. No es mi casa, no es la tuya, es el lugar del espacio que nuestros corazones marcaron un día con el kilómetro cero. Yo estoy llegando ya y tú vas a llegar en unos pocos segundos. Te espero, amor, espérame.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

2 comentarios:

  1. Las mujeres somos a veces niñas esperanzadas...viajamos por la vida entre el desencanto y la esperanza,...(me pondría una falda con el color del viento.....y asi me encontrarás enamorada, sola, con los ojos y el alma prendidos en el aire....)...Apuesto por que los sueños sigan....a lo largo del camino.

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  2. Bonito comentario, lástima que sea anónimo. Aunque yo ya le he empezado a poner cara. Me ha gustado la expresión "una falda con el color del viento".
    Yo también me apunto a que sigan los sueños...
    Un abrazo

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