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viernes, 18 de octubre de 2019

Fernando Medrano:la fotografía emocional de un artista sensible


Cubano delante de una pared desconchada. Fernando Medrano

Fernando Medrano:
La fotografía emocional de un artista sensible


Texto escrito para el programa de una exposición fotográfica de Fernando Medrano sobre Cuba, organizada por la Caja de Ahorros del Mediterráneo en Benidorm y posteriormente convertida en itinerante.

Más allá de la moda y los estereotipos, más allá de la figuración y de los espejos, Fernando Medrano es un ojo de sensibilidad, humilde y hondo, un artista en carnes de pureza, cuyo afán de superación no se fundamenta en la fama o el dinero, sino en el placer de crear o recrear y, más lejanamente -como inevitable y legítimo rebufo- en la íntima satisfacción de unos logros trabajosamente alcanzados.

Al igual que con la familia y con los amigos, su relación con la cámara es un acto continuo de fidelidad, término que implica al amor y al respeto. De ahí, de ese trato cordial, limpio y generoso, con grandes dosis de tiempo y persistencia, nace la mejor fotografía: la que destapa la arteria de nuestras recónditas emociones y nos mueve a conectar con determinados  arpegios de Vivaldi, con un cuadro de lumbres de Sorolla o con cierto verso de Rilke.

A través de la pupila de este nuevo Quijote, tan manchego como el original, casi tan Triste de Figura y no menos romántico, unos cuantos amigos hemos tenido el privilegio de penetrar en territorios como Grecia, cuyas diversas civilizaciones han sido sabiamente sincretizadas en un hermoso bloque de diapositivas; como Galicia, con su atavismo de meigas, de caballos, de barcazas; como Venecia, con su esplendor de carnaval y sus estilizadas pértigas de gondolero; como Huelva, con su Rocío de veneración y sus gigantes polvaredas de camino... O quizás como Zamora,   en cuyos montes de La Carballeda, entre robles añosos y lobos legendarios, aún pueden concebirse los druidas...

Por todos esos lugares, y por otros de imposible enumeración en este escrito, han pasado sus ojos de zahorí a la caza de multiplicadas bellezas... Bellezas que ha logrado encontrar en el almendro, con su flor de luna; en la rosa del azafrán, que ya apunta al recuerdo; en el carmín de sangre de una extensa amapola o en la estampa brava de un toro de lidia... Molineros de pan y de aceituna, ancianos en bicicleta, rostros de perfiles carpetanos o carpetovetónicos, una araña en su intríngulis prolífico, un vendimiador, una abeja de miel en un hollejo de uva, un tronco mimetizado en la eternidad de una pedriza...

Paisajes con vida y movimiento, ruinas de dolor, naturalezas muertas...Todo aquello que logre despertar una emoción, una añoranza, un reguero de lágrimas o gozos, aquello que provoque admiración y ante lo que es imposible quedar indiferente, es digno sin duda de ser fotografiado por este inquieto hombre y, a través de su ojo inquisidor, convertirse en arte. Porque el arte es un momento de la Creación rescatado del tiempo y del olvido; o, más estrictamente, la plasmación material de ese mínimo instante que, percibido y conformado por el artista, se hace susceptible de captación por el común de los humanos en la medida de sus diversas disposiciones o sensibilidades.

Pero este elogio de hoy, que puede parecer coyuntural y desmedido, ni mucho menos es nuevo. Hace más de dos años, con motivo de la presentación de uno de mis libros en la que él participó con la proyección de unas diapositivas que ahora  ya son indispensables, tuve el honor de transmitirle mi sincero reconocimiento, cosa que hice así:

Querido Fernando: mis encomiables propósitos han tomado tintes de elucubración. En realidad, yo tomé el ratón de esta máquina para zanjar un asunto pendiente, relacionado con la presentación de mi último libro, pues quería poner por escrito el agradecimiento que ya te anticipé de palabra; agradecimiento por la dedicación, que es tiempo y trabajo, pero también por la sensibilidad torrencial de las imágenes: en ocasos, en mareas, en personas, en árboles, en flores... Y a pesar de que la proyección era un elemento de apoyo, bien puede decirse que resultó un fin en sí misma; y un fin de verdadero relieve, con lo cual mi gratitud se hace escasa y, por cauces de buen gusto, se vuelve admiración, felicitación y enhorabuena.

Habría que añadir ahora que, en el lapso de dos años, este elogio se ha quedado pequeño, por lo que debe ser corregido y aumentado hasta la perfección del presente, momento en que se encuadra esta magnífica exposición que, desprovista de intereses espurios, recoge una visión auténtica de Cuba: esa Isla lejana y entrañable con la que nosotros, los españoles, tenemos una deuda de amor y un alto compromiso de fraternidad. Dos viajes han sido necesarios para llegar a esta síntesis y, a partir de ahí, el mérito es del ojo selectivo que caracteriza a este artista que, por lo demás, ha contado siempre con el apoyo inestimable de su mujer, Consuelo, y la paciencia antigua de Job.

Con muchas menos palabras, el biólogo Joan Piera -atrapado también en el imán de la fotografía- ha definido al fotógrafo Fernando Medrano como "Poeta de la imagen". Una acertadísima definición en la que cabe cuanto yo he escrito hasta aquí y, lo que es más importante, cuanto he dejado en los labios del tintero.

Mariano Estrada, 02-05-98

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