Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Los cuernos
En los ámbitos de la juventud, o al menos de una gran parte de ella, los cuernos están tan devaluados que podría dar la impresión de que no solo no les importa ponerlos, que eso se comprende, sino de que tampoco les importa mucho que se los pongan, lo cual es más difícil de comprender.
Hace solo unos días, en una conversación que creo interesante y sincera, un joven me dijo que con su novia no le apetecía salir a los lugares de marcha.
-¿Por qué? –le dije yo, con una ingenuidad irreflexiva.
-Porque si estoy con ella no puedo hacer nada con otras.
-¿Es que lo harías si ella no estuviera?
-Por supuesto.
-No será tan fácil...
-Hoy sí, Mariano, hoy sí…
De lo que me dijo este joven, de lo que me han dicho otros jóvenes como él, de lo que he ido sabiendo por mis hijos y sus amigos, de lo que yo me he enterado por unas y por otras y de lo que deduzco atando cabos de todo y de todos, se podía sacar la conclusión de que los chicos, que nunca han sido adalides de la fidelidad, casi se tienen que defender de los ataques en tromba de las chicas, tradicionalmente menos predispuestas a la promiscuidad y al “cornuperio”. Sobre todo de las jovencitas. Y claro, pastando en esas praderas se adquieren ciertas costumbres o adiciones que luego no pueden sacudirse con emparejamientos más o menos precipitados:
-¿Me quieres, cari?
-Sí, cielo, te quiero mogollón.
-Entonces, ¿nos vamos a vivir juntos?
-Vale, amorcito, juntos y revueltos.
De modo que, cuerno va, cuerno viene, la convivencia en pareja –tanto da si es o no matrimonio- acaba por durar cuatro días.
Lo malo es que los cuernos no pueden abolirse por ley -aunque a menudo se haya pretendido-, como se encarga de decirnos la vida y como se ha encargado de decirnos la historia. Puede haber una merma circunstancial, ciertamente, y lo que habrá desde luego, en caso de imperiosa necesidad, es un sigilo mayor y un mayor disimulo en los comportamientos, pero los cuernos existirán por encima de todas las leyes, de todas las religiones y de todas las dictaduras. Recuérdese que hay países en los que las infidelidades sacadas a la luz conllevan el escarmiento público y que éste puede llegar hasta la pena de muerte. Y ni siquiera así se eliminan. Porque la carne sigue siendo la carne y las tentaciones están a la orden del día…
La época en la que escribí este soneto no era tan florida como la actual, desde el punto de vista de los citados adornos de la frente, pero ya apuntaba maneras y procedimientos. Y, en todo caso, al escribirlo, yo pensaba más bien en los cuernos estructurales de una sociedad sexualmente normalizada, o sea, hipócrita, y no en las variaciones que se producen por esta o aquella represión, en esta o aquella coyuntura. Y, por supuesto, no le falta su cuota de humor y de ironía.
Por eso se lo he dedicado a Quevedo.
Los cuernos
A Quevedo
Destacan los del ciervo por vistosos,
el toro los entesta con belleza,
al hombre le adjetivan la cabeza,
más nacen del amor, siendo amorosos.
Aquellos que lo ocultan, vergonzosos,
hundidos y humillados por la pena,
que yergan la testuz sobre la arena
y olviden que los burlan en los cosos.
Jamás será un agravio pesaroso
llevar una profusa cornamenta,
si es juego del amor, y nunca afrenta.
Los cuernos son al fin la mala renta
de un culo zascandil, que ya no cuenta,
y deja el campo libre, que es lo hermoso.
Del libro “Mitad de amor, dos cuartos de querencias (1984)
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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.
ResponderEliminarjajaja
Pues mi marido, por lo mismo ya está avisado:
Mira, tú me pones los cuernos? y yo te MATO !!!
y en verdad lo mato!(bueno, no se si a él o a ella...) y
Le he dicho:
Si algún día me dejas de querer? dímelo, pero que no me entere?.... porque la dulce niÑa se transforma!
Un abrazo poeta!
Hola, MaÁngela:
ResponderEliminarLos cuernos son "eso" que muchos están dispuestos a poner pero que nadie quiere llevar. Una cosa fea, en todo caso.
Espero que no tengas nunca motivos para tener que matar a tu marido. Y si lo matas de algo, mátalo de amor.
Gracias y abrazos