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lunes, 7 de octubre de 2013

Benidorm: fantasía urbanizada


Benidorm de noche. Foto tomada de internet sin ánimo de lucro


El pasado viernes, día 4 del mes en curso, en el salón de actos del Ayuntamiento de Benidorm,  se presentaron estos tres libros: Gotas de hielo, Animales en el corazón y Poecanciones de amor. La presentadora, Mª Ángeles Valdivieso, centró su discurso en el primero y ofreció unas brevísimas pinceladas del segundo. Por su parte, Julio Pavanetti leyó un texto de cada libro. Y, por último, el autor (oui, c’est moi) explicó brevemente la génesis del tercero y se embarcó en un extenso recorrido por la ciudad levantina  mediante la lectura del poema Benidorm, fantasía urbanizada,  que no pertenece a ninguno de los libros presentados, sino a un cuarto que, por sorpresa, se sacó de la manga. Se trata de Las orillas del mar, cuya publicación aún  huele a hornada reciente.
Lo dejo aquí, indicando a los posibles lectores que, si bien ya había sido publicado antes en otro Blog (año 2009), ha sufrido unos pequeños retoques y hoy se ofrece en versión definitiva, tal como figura en el libro.


El nombre de la arena
Leyenda

Tenía 10 años. Vivía en una pequeña casa de madera situada en una isla a la que el turismo no había llegado. Un día, a la hora de comer, la televisión de su país estaba ofreciendo un programa sobre Benidorm.
-¿Benidorm? ¿Qué es Benidorm? – le preguntó a su padre, cuyos ojos devoraban las imágenes con avidez.
Su padre se quedó un rato pensando, miró a su hijo, se incorporó, se acercó a la ventana y, apuntando con el dedo hacia la playa solitaria que tenía frente a él, respondió con voz solemne:
-Benidorm es un nombre de la arena.


Benidorm: fantasía urbanizada

Como todo español
de hechura aventurera
-y yo lo soy, sin duda-,
me he dejado caer por Benidorm.
¿Beni what? –preguntaron
los muchachos americanos
de la us navy,
cuando oyeron el nombre
de la ciudad
de boca de sus jefes.
¿Beni what? –remedaron, ofendidos,
los ecos del ombligo nacional
que a su vez es emporio
turístico del mundo.

Benidorm es un monstruo
-comenta el cicerone que el destino
me ha puesto en el costado,
como una llaga abierta-.
Pero esa es una simple
constatación
que ve cualquier persona
normal, sin el zumbante
concurso de un vocero.
Y añade, muy modestamente:
“Un monstruo, ¿sabe usted?
Sobre todo cuando estoy yo”.

Tiene unas playas muy bonitas,
¿Capisci? –puntualiza
sin ninguna necesidad-.
¿Bonitas, simplemente?
Vengo de darme un chapuzón
y le aseguro
que son bellas y mágicas,
que están divinizadas por Neptuno y…
¿Pero de dónde sale usted
con su corneta afónica?
¿No ha visto a las mismísimas Nereidas
doradas por el sol, casi lubinas?

El pregonero continúa:

Tiene unos edificios
impresionantes,
llamados rascacielos. ¿Los ha visto?
No, no he tenido el gusto.
Los que he visto hasta ahora
están en el nivel de los humanos.
¿Quizás deba decir de las humanas?
Y en tal caso, ¿serían rascacielas?
Además, sufro mal de altura.

Qué lástima, señor,
es igual que Manhattan.
¿De veras?
¿Y no estará mirado
con un cierto optimismo?
Manhattan Transfer, me refiero.
Se refiere usted mal, entonces.
¿Cómo se pueden comparar
naturalezas tan disímiles?
No sé, tampoco hay que rasgarse
las vestiduras.
A Borges lo comparan a menudo
con Buenos Aires y al Quijote
con todas las Españas
que tienen intereses
en Benidorm. ¿Los tiene usted?

¿Y usted no? Benidorm es patrimonio
general de los españoles.
Un coloso de ensueño,
un oasis divino…
¿Qué le puedo decir?
Es el número uno.
Sí, sí, no insista,
que yo no tengo dudas al respecto.
Ya lo dijo Gaviria, en los primeros
años setenta:
De las ciudades
de nueva creación,
Benidorm es el rey.
Claro que el Rey, entonces,
no pasaba de Príncipe,
y había quien decía
que el futuro iba a ser republicano.
O sea que la cosa hubiera sido
más o menos así:
Camaradas de España:
de las ciudades
de nueva creación,
Benidorm es el Presidente
de la República.

¿Y qué hubiera ocurrido entonces
con el Carrasco, aquella
finca de envidias y de pinos
de la calle Ruzafa, réplica
del Pardo en la ciudad y
propiedad de don Pedro Zaragoza?
¿Se hubieran construido
viviendas protegidas
en el ochenta y cinco?

A veces llegan barcos
americanos, que anclan mar adentro,
como en plan Amenábar.
¿Con putas?
No, las putas vienen de Europa
por conveniencia laboral,
menor desplazamiento y
menor repercusión en el bolsillo
de los consumidores,
que está muy quebrantado
por el petróleo.

Y las subprime.
No, sólo las controla.

Y por Irak.

Es cierto,
hay mucho golfo por ahí,
y mucha guerra suelta.

Pero eso es otra historia.
La que aquí nos atañe
se refiere a los turistas
que se dejar caer por Benidorm.
Por “Beni number one”, como dijeron,
al irse, los marines.
¿De verdad? No me había enterado yo
de ese detalle.
¿Lo dejaron escrito
en el cuaderno de bitácora?
¿Lo recogió la prensa
para satisfacción
pública del orgullo patrio?

Y también hay un géiser
en Benidorm. El nombre es islandés
y se pronuncia yiisa, o algo así.
En la Tierra del hielo,
los géiseres son termas,
como las burgas orensanas.
El de Ginebra es frío
y artificial,
pero extremadamente bello.
Está en el Lago Leman.
¿El del monstruo?
No, el del monstruo es Ness,
el intocable.

En fin, que un géiser
es una forma estética del agua
¿También el de Ginebra?
Una expresión canalizada
del optimismo humano. ¿Lo comprende?

Y, yendo aún más lejos,
una elocuente exaltación
de lo aparentemente inútil,
de lo prácticamente prescindible.
O sea:
un reconocimiento público
de la necesidad
perenne de la lírica.

Está junto al Canfali,
en el mar, cerca del Castillo,
acompañando a la belleza
espléndida y sencilla
de este lugar sin parangón,
que se prolonga en callejuelas
angostas e inclinadas,
con edificios adosados
de mucha sencillez
y muy escasa altura.
Un viejo pueblo marinero
en el que ahora se amontonan,
al servicio de la ciudad,
el negocio y la diversión,
que, dicho de otro modo,
son la bolsa y la vida.

El aire levantino
juega mucho con él
y desparrama el agua en su caída,
que es la caída libre de los cuerpos.

Y esa caída de los cuerpos,
¿no se llama vejez?

En los meses más duros,
que no son rigurosos ni excesivos,
la playa de Levante es un gimnasio
inestimable
para los jubilados del Inserso,
que son los que mantienen la ciudad
en su lugar descansen.
¿Sabes acaso lo que ligan
estos fenómenos
de juventud recuperada
en los bailes de sus hoteles?
Pues eso es lo que gozan.
Y lo que viven.
Borges lo dijo de este modo:
“La vejez puede ser el tiempo
de nuestra dicha”

Por cierto,
hay algunos hoteles
que son de nueva planta.
Los antiguos
-allá por los sesenta-
se hicieron bajo el mando
del entonces alcalde
de la ciudad, don Pedro Zaragoza,
con su vara de almendro,
sus propósitos de urbanización
y una ferviente maquinaria
que allanaba lo mismo
bancales que asperezas.

¿Todos se construyeron
bajo sus órdenes?
(me sigo refiriendo a los hoteles).
Sí, señor, todos,
para que aquellos cuatro ricos
en vacaciones,
aludidos por el autor
de Años y Leguas,
Gabriel Miró,
no tomaran el baño disantero
en exclusiva, sino
en compartido hermanamiento
con los pobres del mundo.
Bendita sea
la masificación.
Bendito el overbooking.
Las playas eran grandes
por la gracia de Dios.

También está la Cruz, en Sierra Helada,
para otear los horizontes
naturales de la Marina Baixa:
Altea, La Nucía, Finestrat,
Alfaz, Polop, Villajoyosa,
Bernia, Ponoch, Aitana, Puig Campana…

Y, allá en el frente,
no Estambul, sino el mar, las aguas
elementales y domésticas,
con esa hermosa isla
nacida de una coz
o de un tajo de espada,
que nadie se ha atrevido a urbanizar,
al menos hasta ahora.
Tan solo una persona, dicen
-y de esto ya hace tiempo-,
iba a cuidar allí de sus gallinas.
Tenía un corralito
tradicional, de muros en precario.

Pero tiene más cosas, Benidorm,
como el propio edificio
consistorial, del arquitecto
José Luís Camarasa.
Se lo han ganado al Parque de L’aigüera.
Y el Parque de L’aigüera
se lo ganaron antes al barranco
del mismo nombre.
Listos que son, y mucho.
La banca gana siempre.
No necesitas comprender,
cada cual en su casa
y las narices prietas,
como las filas.

Y, como todo el mundo sabe,
Bofill está presente en los entornos
irregulares del barranco
con un sello estilístico
fácilmente reconocible,
impregnado de formas
elegantes, de trazos sobrios,
de clasicismos nobles,
muy en la línea de las viejas
y esplendorosas
arquitecturas del Mediterráneo.

Y está también el Festival
de la Canción, que tantas glorias
le dio a nuestro país
y tanto concitaba la atención
y el entusiasmo de la gente.
Sin duda fue un fenómeno
social y musical
a la manera del San Remo,
de la admirada Italia.
Naturalmente,
salvando los kilómetros,
y las canciones,
los modugnos y los iglesias.

¿Qué queda hoy del festival,
sino la terca y persistente
obcecación en “mantenello”?
¿No necesita una pequeña
reconversión, una pasada
por el constructivismo?
¿O vale con pegarle un puntapié,
hechas las salvedades pertinentes
con los respetos viejos?

Mi inseparable cicerone
-ahora ya mi sombra-,
dice que la ciudad
tiene un bonito Anfiteatro
llamado Julio Iglesias,
y un lujoso palacio de Congresos
y una aureola celestial,
pues Benidorm -añade,
y esto ya es pura metafísica-
fue el capricho de un dios
sin identificar y, en todo caso,
una inversión torera en las alturas,
que es el terreno de los santos,
los ángeles, los coros celestiales
y ciertos jugadores
de baloncesto, como Pau Gasol.

De momento no tiene a Calatrava,
usurpado por Nueva York,
pero dicen que todo se andará.
Tiene a Tomás González, tiene a Escario
y a Ramón Luelmo y a Nombela…

Y tiene a Paco Llorca,
un actor, un ilustre muerto,
un rapsoda olvidado
por el triste envilecimiento
de la política.

¿Política?
No, gracias. Vamos
a tomarnos una hamburguesa
para aguantar el peso de la noche,
que se percibe duro.
Luego iremos de marcha por ahí,
hasta que el rayo del amanecer
nos ciegue y nos acueste.

¿Y adónde vamos?

No sé,
en Benidorm hay chiringuitos,
o pubs o discotecas,
en los que el grueso de la basca
se expresa con sentido musical
y cuerpo francamente
desinhibido,
alucina en inglés,
se enrolla en italiano,
trasuda en arameo
y ama en lenguaje universal.

Y ríe y se retuerce y se descoca
y deja en las aceras
de la mañana, sus vivencias
pasadas por alcohol.

Clarea el horizonte.
Una vez más, la noche
la llevan en los ojos
-aparte de los búhos y los ciegos-
aquellos que han sorbido
la copa y el placer
y han  buscado la sombra
entre las sábanas.

Las nubes se levantan con el sol
mientras los pájaros
descubren en el cielo
los entresijos de la luz.
Abajo,
en los locales de los edificios,
rugen las furias del comercio
y se desatan, bruscamente,
las tormentas del día.
Queda abierta la veda
de esa multiplicada actividad
que la ciudad ofrece.

Y ofrece un parque de agua,
un afamado observatorio
de animales y de naturaleza,
un equipo de fútbol,
una plaza de toros,
un puerto deportivo y la memoria
perenne e imborrable,
de una antigua almadraba.

¿Puede ofrecerse más?

Sí, señor, un tossal ibérico,
una torre emblemática,
un parque natural
y un rosario largísimo de fiestas
y casas regionales
que ya quisiera Dios en el Edén
y san Antonio en Alicante
y Creus en Gerona.

Por último,
brillando sobre todo lo demás,
se sitúa la luz, la insobornable
lamparilla mediterránea,
el reflejo en el mar, los limpios
resplandores del alba y el ocaso,
el zarpazo feroz del mediodía…

Visajes y sudores.
Tigres varados en los ojos.
Cuerpos que se sumergen
con la espada del sol
clavada en el aliento.
Sirenas que cabalgan largamente
en los potros domésticos del mar.
Expresiones que emergen de la espuma
con la felicidad azul
recuperada.

El sol y el agua,
enemigos mortales entre sí,
aliados necesarios
de Benidorm
cuando la vida se desnuda.

Escuche, señor gárrulo,
¿y usted no ha oído nunca
hablar de Terra Mítica, dado que
–de modo sorprendente y para
mi negra desesperación-
ni siquiera lo nombra en su caótico
y esperpéntico recorrido?
Por supuesto que sí. De hecho,
en España no se habla de otra cosa.
¿Y quién hizo ese parque
de animación y fantasía,
ese edén entre pinos
encendidos y luminosos,
si es posible saber?
Pues claro que es posible,
señor Zaplana.
¿Pensaba usted que no le había
reconocido, aun viniendo
disfrazado de Compañía
Telefónica Nacional?

Epílogo:

Benidorm es un dios
urbanizado
de la nueva mitología
de los mortales.
Es cierto
que se alimenta de sus hijos,
pero también lo es que nunca
los devora del todo,
sino que los envuelve y los convierte
en polvo estimulante
de sus playas de culto y devoción,
agua limpia y arena,
en las cuales -con gozo
jamás disimulado-
se baña el dios del mar: Nereo.

Del libro Las orillas del mar (2013)

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

2 comentarios:

  1. Yo quiero conocer Benidorm!

    Será un bonito punto de encuentro!

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  2. Querida Ángela: Benidorm está ahí, no se cansará de esperarte. Y si finalmente vienes a visitarlo, yo dejaré de llamarme Mariano para llamarme Cicerone.
    Un beso de alcance

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