Esta parejita está en el salón de mi casa. Cosas de Rosa
Sueños de ayer, realidad del presente.
Queridos amigos:
Ahora que en esta sociedad sin educación la enseñanza está en estado de ruina, quiero ofreceros un diálogo entre dos amigos que, después de haber sido jóvenes y revolucionarios allá por los 70, se separan, viven independientemente sus vidas y, pasados unos años, vuelven a encontrarse a solas con motivo de una larga excursión. Estas son algunas de las cosas que se dicen:
Sueños de ayer, realidad del presente.
Escrito en el año 2002
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-Pero yo me refería a nosotros –siguió diciendo Isidro, después de inspeccionar con Antonio las pisadas de la discordia-, los que poníamos la sangre en el empeño y la fidelidad en los ideales; los que leíamos a Rilke y a Neruda, los que invertíamos en el amor y en el aprendizaje porque amábamos a un plazo muy largo...
-Eso es lo que acaso nos perdió, Isidro –replicó Antonio-. El plazo era tan largo que amábamos siempre en el futuro. Y el futuro no llega jamás, porque, si llega, ya es vulgar presente. Amemos, pues, en presente, y amemos de una forma directa, con precisión, con garantía, sin circunloquios estúpidos.
-¿Por ejemplo?- inquirió Isidro.
-Por ejemplo –contestó Antonio-: hay que bajar de las nubes, hay que desmitificar los ideales y las revoluciones, todas las revoluciones, incluidas las buenas, si es que existen. Hay que buscar donde es seguro que haya. Hay que apear de la mirada los candores y los romanticismos. Y en la vertiente puramente amorosa ¿qué quieres?: amemos con el poeta de Sevilla “lo que ellas tienen de hospitalario”...
-Déjalo, Antonio, déjalo, porque tanta claridad es ya dolor –respondió Isidro, tergiversando un hermoso verso del poeta Claudio Rodríguez.
-¿Ah, sí? Pues “no le toques ya más, que así es la rosa” –sentenció Antonio, por su parte, desde la reconocida autoridad de Juan Ramón Jiménez.
-¿Qué rosa, Antonio? ¿la del jardinero, que la cultiva? ¿la del revolucionario, que la persigue? ¿la del poeta, que la canta? ¿la del místico, que la espiritualiza? ¿la del transido por una espada de amor, que la convierte en una baba constante y objetivamente indigesta? Es cierto, las cosas son como son y ahora pintan bastos para nosotros, los que creímos en el amor y en las revoluciones, pero ¿debemos someternos a esta tiranía que ahora nos oprime, llenando los bolsillos de comodidad y la conciencia de vanos subterfugios? ¿Debemos ser mansos hasta el punto de aceptar una derrota sin condiciones? ¿Por qué hay que ser manso para heredar la tierra? ¿Y qué tierra es ésa, que no esté ya heredada por los ricos? ¿Será acaso la tumba, sobre la que, de todos modos, hay que pagar aranceles y peajes? ¿Será quizás el huerto que siempre hemos llenado de conquistas, aun cuando fueran imaginarias? ¡Imaginaria, el búcaro! ¿Será la indignidad, será el salvoconducto de un silencio comprado?
-Los sueños de este tiempo tienen una parcela común –sentenció Antonio-, se llaman adosados y colman con holgura las aspiraciones de las mayorías. Pero yo creo que eso es realmente una conquista.
-Sí, la conquista que sigue a la claudicación.
-¿La claudicación? No, Isidro, la praxis. Qué palabra ¿eh? –Antonio giró el cuello para mirar a los ojos a su compañero-. ¿Te acuerdas? Ahora resulta repelente: la praxis... Pero la gente no es tonta, sabe hasta donde puede llegar y, a partir de ahí, no quiere meterse en honduras ni en berenjenales. Y acaso tenga razón, porque, mira, Isidro, ¿de qué nos vale soñar toda la vida si en los apuntes del alba siempre se nos rompen los cántaros con los que, emulando a la lechera, reescribimos tercamente su famoso cuento?
-¿Y si no soñamos, qué hacemos, Antonio? ¿Nos cortamos la coleta, nos hacemos eunucos, bufones de la corte? ¿Entablamos una larga amistad con los nenúfares? ¿Nos entregamos al vicio? ¿Nos damos vaselina para allanarles el camino a los verdugos? A mí me clavaron otras lanzas que me hicieron otras heridas. Y algunas aún me sangran y me duelen, Antonio, ¡qué le vamos a hacer! Me duelen los oprobios y la esclavitud, me duele la miseria y el hambre, me duele la chavacanería de las televisiones, que se traslada irremisiblemente a la sociedad, me duelen los jóvenes sin lengua, sin lenguaje, me duelen las zancadillas, el beneficio que ofende a la razón y se acomoda impunemente en la usura, las corrupciones, el mamoneo, la deshumanización, la tiranía en el trabajo, el acoso, el abuso, la sumisión de los políticos a las multinacionales, el poder de las mafias y de las drogas...
Del libro Aguablanca: caminos de ida y vuelta (2002)
Mariano Estrada http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios
Blog http://paisajes.blogcindario.com/
Muy buenas las reflexiones de Isidro y Antonio. Me gusta sobre todo la última intervención, así nos sentimos muchos... Y me llega especialmente eso de "Hay que bajar de las nubes..."; ya no hay lugar para idealistas y románticos, es tiempo del adosado como única conquista. Sí, Mariano, cuánta razón veo en tus palabras. (los que nos dedicamos a la educación hace bastantes años que ya lo estábamos viendo.)
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Transi:
ResponderEliminarYa sabes que yo estas cosas las vengo diciendo desde hace muchos años, pero nadie me ha hecho caso hasta ahora y me temo que nadie me lo haga en el futuro. Recularemos, como Zapatero, pero sólo mientras nos obliguen las circunstancias.
Qué pena, como diría León Felipe. ¡Que pena que todo sea siempre de la misma manera!
Me consuela el hecho de saber que tú me comprendes, que yo te comprendo, que nosotros nos comprendemos... que algunas personas nos comprenden.
Un beso
Buscando tu reciente poema en mi blog he encontrado este otro tuyo que incluí hace dos años y que quizá no has visto.
ResponderEliminarMientras trabajaba con la foto rememoraba alguno de los besos que di y que me dieron, pero también aquellos que se quedaron en puro deseo; el recuerdo de todos, aún estremece.
Aunque en eso del amor tú me llevas demasiada ventaja pués empezaste muy joven a ejercerlo. Así salen caldos tan jugosos!
Un abrazo.
http://quienabuenarbol.blogspot.com/2008/11/el-beso.html
Pues no, no lo vi, Transi, I beg your pardon. Pero es que tú tampoco me lo dirías...O sea que de algún modo este fue un beso robado, que son tal vez los mejores.
ResponderEliminarLos besos nos estremecen a todos, creo yo. Y algunos de ellos se recuerdan forever. Yo recuerdo incluso algunos que no dí. Lo que pasa es que tienen sabor de calabaza.
Por cierto, yo he sido siempre un besucón de padre y mu señor mio. Y me refiero a los besos de amor, no a los roces someros en la mejilla.
Un beso ¿O de qué estamos hablando?
Pues yo, como Isidro, no pienso dejar de soñar, porque no voy a rendirme, no dejaré que me venzan, no doblaré el cuello a los inmisericordes gritos de la avaricia, al poder que no entiende de futuros, a los ladrones de esperanza, a los sucios tiranos de la mentira, a los políticos mediocres y al séquito que los venera, a cada una de las cosas que sólo tienen como objetivo vital y manifiesto robarme la capacidad más humana y menos medible: mi habilidad para soñar.
ResponderEliminarMuchas gracias por este trozo de camino de Aguablanca, imperecedero y candente. Desgraciadamente. Beso
Hola, anónimo/a:
ResponderEliminarSigo sin saber exactamente quién eres, aunque tengo una fundada sospecha.
Me ha encantado tu comentario. Y, por supuesto, que te decantes claramente por Isidro, que es esa parte de nosotros que no se ha dejado intimidar ni mucho menos vencer.
Gracias a ti.
Un abrazo
Yo también me "decanto" por Isidro,
ResponderEliminar"No me dejaré intimidar, y mucho menos vencer"
Abrazo dominguero, y felices sueños!
Totalmente de acuerdo, Sillercita. A veces hay que sacrificar ciertas cosas para seguir siendo uno mismo. O simplemente para seguir, que a menudo no es poco. Un abrazo
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