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jueves, 29 de septiembre de 2011

Secuencias del amor


                         Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

Secuencias del amor

Creced y multiplicaos (Génesis 1, 28)

En el año1969, siendo yo estudiante en Madrid y habitante de una pensión situada en la calle Gaztambide, cuyo número no quiero airear y cuya dueña era viuda, buena, divertida, avariciosa y campechana, tuve por compañero temporal a un joven andaluz de 22 años que, en determinados aspectos, rompía todos los moldes que uno pudiera tener establecidos, por más que éstos incluyeran la generosa flexibilidad de las ligas. Así, por ejemplo, un día supimos con asombro que era el mayor de una familia de 22 hermanos, lo que, más que una familia numerosa, parece un desafuero preternatural.

El chaval era atento, educado, humilde, servicial, amable, gracioso y desprendido. Y lo era todos los días, sin excepción. Quiero decir que no se le advertían nubarrones en el carácter y que no se cansaba nunca de ser lo que más y mejor era: una buena persona. Como no se cansaba tampoco de comer, hasta el punto de que en eso parecía un pozo sin fondo. Podría dar detalles al respecto, pero no voy a perderme en decorados ni en exteriores, sino que quiero ir directo a la mismísima esencia. Y ésta era que, cuando tocaba comer patatas –cosa que ocurría casi todos los días-, su madre les entregaba el saco para que se entendieran directamente con ellas. Ya sabéis, el pelado, la partitura, la fritanga y el manduqueo. Y otra cosa no había, salvo el agua que tenían que ir a buscar.

De lo que no estoy nada seguro es de que ésta fuera la fuente en la que bebí cuando escribí el poema que dejo a continuación, ya que he conocido otros casos que, sin ser tan desaforados en la cantidad, sin duda fueron más próximos a mi persona y, por lo tanto, mucho más llamativos y escandalosos. Lo más probable es que pensara en todos ellos, porque, al final, todos ellos cabían en la amorosa escenografía de mis pensamientos.

Un abrazo

Secuencias del amor

Sentí que el universo era muy grande
para tomármelo yo solo,
y entonces comprendí
que te necesitaba.

Algún tiempo después,
supe que, incluso para dos,
el tamaño del mundo era excesivo.
Y fuimos uno más, dos más, tres más…

¿Que cuántos? Muchos

De repente, la casa
era un ejército de enanos
que emergían de todas las esquinas
y abarrotaban los salones
los baños, los pasillos…

Ahora,
el universo es un enorme
tazón de desayuno
que la felicidad reparte en cucharadas...

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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