José Carlos Gil, Mariano Estrada y Pepa Llorca. Foto de Javier del Vigo
Presentación de "Gotas de hielo".
Intervención de José Carlos Gil
LOS
ESTADOS DE LA POESÍA
(LOS AMANTES AMADOS), es el título que he escogido para encabezar mi
intervención.
A mí me
toca ahora la parte más dura de la exposición y por eso quiero pedir disculpas
adelantadas por si no acierto el blanco.
Cuando
estaba preparando estas notas, reflexionaba sobre las diferencias que existen
entre la poesía y la novela, dos géneros diametralmente opuestos, en
principio, pues si con la novela el
lector se siente seguro, bien anclado a un espacio fácilmente transitable, con la poesía no ocurre lo
mismo, máxime si el que acude a ella no frecuenta aquellas regiones
asiduamente. Uno se siente allí como perdido, un tanto en el aire, libre de
amarras y es esa situación, quizá, la
que hace de la poesía un género para minorías.
Luis
Rosales afirmaba que para escribir poesía, antes hay que haberla vivido con
intensidad. Yo podría decir lo mismo de Mariano Estrada, pues su trayectoria
poética así lo demuestra. Y con el título que he escogido para esta
presentación trataré de justificarlo también. Por ejemplo, al enfrentarnos con
la poesía, tenemos presentes las clasificaciones que nos han ido facilitando
los críticos en distintos momentos, estas nos sirven para establecer un canon
poético que no siempre favorece a libros y autores, pues en muchos casos fija
visiones poéticas estereotipadas que condicionan el devenir histórico de esos
textos literarios. Uno de esos estados a los que hago referencia, se
relacionaría con la idea de asimilar la
poesía a los diferentes estados físicos
por los que puede atravesar un cuerpo-
sólido, líquido y gaseoso- en función de
lo que es en ella esencial. Así podríamos hablar de poesía gaseosa, poesía líquida y poesía sólida. Eso de gaseosa puede sonar
mal, no es que sea una poesía flatulenta, que también podría serlo, sino
que se evapora con facilidad,
difícilmente resiste los embates del tiempo, y acaba convirtiéndose en mero
juego retórico de nulo peso literario. La segunda habitaría un espacio propicio
para la reflexión, una poesía que empapa, que impregna y que deja huella. La
última, la sólida, sería aquella en la que yo incluiría el libro de Mariano,
aunque, como veremos a continuación,
también participe de la segunda. Es la suya una poesía de peso, no de vuelo,
una poesía vitalista, enclavada en la tierra y en el tiempo, enraizada, que se
funde con el paisaje, que vive y se alimenta del mismo. Sirvan como ejemplo
estos versos, tomados del poema Era solo un almendro, próximos por
el tono a algunos del oriolano Miguel Hernández, y en los que
el poeta expresa el anhelo de comunión con el paisaje, única forma
posible de trascendencia:
Y yo
cerré los ojos
Para
atrapar la miel,
Para
guardar en la retina
La
imagen del instante,
Que era
ya también de las abejas.
Una
poesía que nos llega desde la raíz, una poesía mineral en muchos
sentidos, sería una buena definición, por tanto, para explicar el sustrato que da forma a la materia poética del autor
vilero-zamorano. Poesía de la intensidad, frente a otras que se pierden entre
gran aparato de juegos de artificio y dejan una agradable sensación de vacío en
el lector, sirviendo para el consumo indiscriminado de los numerosos gustadores
de la nada. Cuando decides acercarte a la poesía de Mariano Estrada, lo haces
sabiendo que no saldrás indemne del encuentro.
El
título del libro, rotundo, Gotas de hielo ¿Qué más sólido, más firme, que el
agua detenida, el agua suspendida en el tiempo? y que difícil resulta apresar el movimiento, fijarlo, aunque
ese movimiento sea fruto del dolor y la desesperación. Con este sugestivo
título, su autor nos da lo mejor de sí mismo, su tersa poesía derramada en
estas exquisitas gotas de hielo con las que
trata de alcanzar la eternidad por la palabra y cito algunos versos del
poema homónimo:
Soy un agua apresada en
el dolor,
Un hombre con el llanto
suspendido.
Si
aludo a la importancia de los títulos
es porque es algo que siempre me ha
llamado la atención. Ahí están Azumbres de la noche, Trozos de cazuela compartida,
Hojas lentas de otoño o Amores colaterales. Cada uno de ellos lo
suficientemente original como para incitar al
lector a hojear el libro, aunque solo sea por la curiosidad de ver que
se esconde ahí detrás. Conozco de gente que compra libros por colores o por
tamaños, por lo que no debe extrañarnos que otros lo hagan por los títulos.
Si he
de ser sincero, no puedo ocultar que cuando llegó a mis manos Trozos
de cazuela compartida, lo
primero que me vino a la memoria fue la
imagen de un nuevo Gabriel y Galán, y me sorprendió que un poeta actual pudiera haber optado por
llamar así a un libro de versos. Sin embargo, cuando me decidí a leerlo,
aquellos recelos iniciales se quedaron en nada ante la fuerza de los poemas
allí contenidos y me enseñaron una vez
más que un título puede ser importante, pero no deja de ser más que eso, un
hito puesto en el camino a recorrer.
Si me
detengo aquí, es porque hay un poema en Gotas de hielo que tiene un título enormemente sugerente, Los
amantes amados, un título que me ha hecho pensar en otro libro de
Mariano, Amores colaterales, porque en
ambos se recoge la idea de pluralidad, de
multiplicidad de la poesía, de ese juego de espejos en que puede transformarse
el poema, y es que al leerlos no debemos
incurrir en el error de creer que el autor está dándonos su biografía en esos
versos, allí se nos exige entrever más bien las máscaras sucesivas con las que
el poeta convive y por las que se desvive para dar forma a su propia geografía
lírica. El poeta es indistintamente sujeto
y objeto, amante y amado, en una sucesión de seres e imágenes fingidos
que toman de la vida sólo aquello que les interesa, pero que alcanzan una
realidad plena en el poema, que se convierte así en nexo entre literatura y
realidad. Porque al recordar, el poeta reescribe lo vivido, pero esa
reescritura de la vida es también fingimiento e impostura. Decía al respecto Caballero Bonald: “Ningún
escritor es capaz de evocar lo que ha vivido sin incurrir en alguna desviación
engañosa o consecuentemente equívoca”. Y no puede haber título más
apropiado que este, para dar forma a esa idea de pluralidad que venimos
comentando, pues esa voz del amante satisfecho, del que ama y a su vez es amado
también, da paso en otros tantos poemas a la del poeta herido, dejando en esos versos un poso
de tristeza que es el resultado del desgarro afectivo y la desesperación que
padece el poeta, que va construyendo así un sinnúmero de personajes poéticos:
LOS AMANTES AMADOS
Leves rayos de luna
Traspasan la barrera
Elemental de los
cristales
Poniendo claroscuros en
tu cuerpo.
Hay quietud en la casa
Y en el mágico mundo
De las cosas que nos
rodean.
Tan solo yo, por los
caminos
Inciertos de la noche,
Me acerco a ti, que
duermes
El sueño complacido
De quien tiene la fuerza
del amor.
Desde la calma del
amante
Recientemente amado,
Te miro sin codicia,
Pero con mucha devoción,
Con infinito gozo.
Estás desnuda,
Con la expresión hermosa
De una mujer amada,
Una mujer que entrega
El corazón desde una
Intensidad
correspondida.
Me acomodo a tu lado
Y arropando tu cuerpo
con el mío,
Escucho tu respiración
Acompasada, casi
musical,
Hasta que el alba me
bendice
Con un sueño de miel, el
prodigioso
Sueño de quien se siente
amante,
Amado y satisfecho.
Siguiendo
con esa idea apuntada ya al principio de entender la poesía como si de un
proceso físico se tratase, con sus diversos estados, encuentro que el libro que
ahora nos ofrece Mariano, es una muestra también de los estados del hombre, de
esa multiplicidad de “yos” que coexisten en el poeta y a los que este presta voz en el poema. Si
citábamos antes Los amantes amados, como ejemplo de la existencia múltiple del
poeta, amado y amante, sujeto y objeto, pero desde una visión positiva del
amor, en otro poema, Te buscaré, esa plenitud amorosa del
yo/poeta será sustituida aquí por una visión exasperada del amor y es por eso
por lo que el lenguaje se torna duro, áspero, hiriente, y por lo que las palabras se enturbian, se oscurecen,
tratando de reflejar la incertidumbre de un ser desnortado, lo que obliga al poeta a buscar las herramientas léxicas
que le sirvan para poder expresar tanto dolor y
creo que el resultado es más que satisfactorio, como atestiguan estos
versos:
Perseguiré tu sombra.
Vagaré por ahí, por los
suburbios
Inhóspitos del desconsuelo.
Oleré tus perfumes
En la espesura íntima
De los escombros, esas
Flores depositadas
En los fermentos
Finales de la noche.
Hundiré mis pupilas
En los ojos
inconsolables
De los perros
abandonados,
En la respiración
convulsa
De algún sueño abatido.
No hace
falta profundizar mucho para entender la enorme diferencia existente entre el
lenguaje utilizado por el poeta en el poema anterior y el utilizado en este.
La luna, la miel, la devoción, la
quietud, la satisfacción, el sueño complacido, la respiración acompasada, son
ahora sombra, suburbio inhóspito, escombros, ojos inconsolables de perros
abandonados, sueño abatido, respiración convulsa. He aquí por tanto la doble
cara de una misma moneda, ese juego de espejos que mencionábamos antes.
El “locus amoenus” que para el poeta supone
el cuerpo de la amada, es sustituido por un mundo en ruinas en el que los
elementos y seres que lo habitan son retratados como criaturas hostiles en un
mundo hosco.
Los
estados de la poesía, son también, como decía, los estados del poeta, que son
aquí múltiples y cambiantes y que van
del amor al desamor, del consuelo a la
desesperación, sin olvidar el fuerte vínculo
que existe entre la poesía de Mariano y el paisaje, sea este el de su
Muela de los Caballeros natal, o el de su Villajoyosa adoptiva, con ese mar
Mediterráneo lamiendo sus orillas con el que tan identificado se siente el
poeta y que se refleja tan bien estos versos tomados de Al amor por el mar:
Consciente de ser
hombre,
He mirado el azul
Catártico del mar
Y en las paredes
palpitantes
De la respiración-en las
que el aire
Penetra y se transforma-
He sentido la vida.
También
en Amanecer,
el mar sirve de escenario al poeta que, de nuevo, funde o confunde amor y
paisaje, pero ahora el mundo no es un lugar inhóspito, como ocurría en Te
buscaré, aquí el poeta se pasea por esos espacios íntimos con la
palabra/(que es luz)luz en la mano, para mostrarnos un mundo que “duerme/
felizmente desentendido”, ese mundo bien hecho que ensalzaba Guillén en las
primeras ediciones de Cántico, aunque siempre planee una
sombra de desconcierto que solo “la claridad y el ruido/que son propios del
día” pueden eliminar.
Son
muchos los temas y tonos que se advierten en el libro, amor, paisaje, dolor…..
y por eso quiero invitar a los asistentes a que tomen asiento, se pongan
cómodos y lean estos poemas con la tranquilidad suficiente como para poder
apreciar la difícil sencillez que se esconde detrás de cada verso, pero no
quería concluir sin antes detenerme en un poema que difiere un tanto del resto
por las múltiples posibilidades interpretativas que ofrece. Este poema es Nocturno
y aquí, la ironía, la crítica,
conviven con un cierto dejo intimista que remite en ocasiones, aunque creo yo
que más como juego literario que como actitud sincera, a esos nocturnos
románticos en los que el poeta
reflexionaba sobre el ser mientras
contemplaba el paisaje anochecido.
Estos
versos abren el poema:
He
salido a la noche
a
perderme en los parajes
interminables
de la soledad
y echar
mis pensamientos a la luna.
Creo
que no se deben tomar muy en serio estas palabras del poeta, pues como ya dije
antes, este que aquí habla es solo una de las numerosas máscaras que el autor utiliza y aquí comprobaremos
como otras muchas se irán superponiendo
a la que ahora toma la palabra.
Y dice
más abajo:
Luego
cantan los grillos
Que,
numerosos e invisibles,
Ocupan
los solares
Pendientes
de especulación.
(Por
cierto,
No sé
que harán los grillos cuando
Alguien
los cambie por alguna
Solución
habitacional.)
Asimismo,
me encuentro con alegres
Cucarachas
escurridizas
Que se
mueven en torno a las grasientas
-y a
veces olorosas-
Basuras
de los restaurantes.
La
crítica social es aquí abierta, el lirismo que preside otros poemas de corte
más intimista es sustituido aquí por un lenguaje prosaico, con algún giro
eufemístico, como esa solución habitacional, que el autor toma de su profesión
y que produce una quiebra evidente en el
ritmo y en el tono del poema. Repárese también en esa digresión que aparece
entre corchetes y que abunda más en lo que venimos diciendo. La palabra aquí no
solo sirve para hermosear la realidad, también la denuncia, y para conseguir
tal fin, el poeta no duda en recurrir al sarcasmo y a la ironía.
En ese
paseo lírico el poeta introduce también numerosas reflexiones con un carácter
más filosófico en las que la realidad observada parece discurrir en tiempos
distintos, en una especie de acronía que sirve para intensificar el carácter
digresivo del discurso, como demuestran estos versos:
Yo
percibo estas cosas
En un
plano difuso
De la
conciencia,
Con la
excepción, acaso, de las ranas
Croando
bajo el puente,
Porque
son algo así
Como un
anacronismo
Que
rompe en dos mitades
No la
propia ciudad, ya rota
Por el
río, sino la misma vida:
El
pasado, tan simple,
Tan
natural y tan mestizo.
Y el
presente, tan sordo y tan autista,
Tan
sumido en el fárrago y el vértigo.
Y aquí
podemos apreciar claramente como el poeta no se refugia en la palabra para
vivir una realidad distinta y ajena, las utiliza para mostrarnos su inmersión en
una realidad fácilmente perceptible por el lector, aunque luego cambie
rápidamente ese tono serio y meditabundo por otro más jocoso en el que
establece un diálogo con la noche, para jugar con esos tópicos del romanticismo
patentes en estos versos que tanto recuerdan a Bécquer,
estableciendo un diálogo con su obra anterior,
referencialidad e intertextualidad que sirven para ofrecer una muestra
al lector de la evolución operada en una obra alejada ya de un barroquismo
exaltado del que quedan ya escasas huellas:
¿Y lo
preguntas tú,
“luciérnaga
interior
De mi
postrado luto?
Son
estrellas que encienden en el pecho
Los
fuegos que devora el corazón”.
Ya
hacia el final del poema el poeta vuelve a abstraerse de la realidad
circundante para ofrecernos un espacio mucho más íntimo y ya desprovisto del
prosaísmo que presidía otros versos:
“Mientras
me huele la acaricio
La luna
se derrama sobre el mar
Con la
totalidad de su belleza.”
Aunque
al final vuelva a surgir de nuevo la ironía:
Pero a
mí ya me ha dado,
Tal
como acabo de decir,
Hora y
media de íntima locura.
Hora y
media que espero que no haya sido tal para los asistentes, a los que agradezco
enormemente la paciencia que han tenido para aguantarme.
Nota:
José
Carlos Gil es licenciado en filología y profesor de literatura del Instituto “La Malladeta” de
Villajoyosa.
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