Lago de Sanabria. Foto tomada en internet sin ánimo de lucro
Del dolor de la
muerte: van cayendo las hojas
Fluye de lumbres
recordadas
un sahumerio de amor, un vaho
dulce que brota en la ceniza...
un sahumerio de amor, un vaho
dulce que brota en la ceniza...
Del dolor de la
muerte
La relativización, la temperancia, el desapego... son algunas cosas que, a cambio de juventud, nos van dando los años. Desde ellas, y llegado el momento, se puede razonar el dolor de la muerte, aceptando con serenidad que nada es del todo.
Desde ese punto de vista, la muerte va del quebranto a la consunción, moderándose, escalonándose, soltando gravedad y sombra. De este modo podemos entenderla, pues la verticalidad, que es desgarro y precipicio, se va volviendo declive, que es ya sólo pesadumbre y distancia. Es decir, el sentimiento (amor-dolor), trasciende la exclusividad y se desbrava pero al mismo tiempo se expande y se universaliza. Ya no se ama a un ser, sino a una vida. Ya no duele un ser, sino una vida. Y la vida es el curso de los años, de las cosas: el espacio y el tiempo.
Yo creo, además, que el dolor de la muerte es el desbordamiento, más o menos incontrolado, de la capacidad amorosa, y un amor de lustros jamás se desborda totalmente porque tiene mucho de arraigo y de poso: hogar, familia, paisaje, paisanaje... De ahí la racionalidad del dolor y de ahí también la panteización de la muerte, si así puede decirse; pues si bien es cierto que nada muere del todo, también es verdad que todo muere algo o, al menos, que todo es afectado algo de muerte.
En cualquier caso, el concreto dolor que ha dado origen a este libro, devenido de una muerte concreta, se ha transformado en una lluvia ancha que cae del amor y va hacia el amor, que mana de la tierra y va hacia la tierra. Espero que en ella fructifique porque es ahí, abundando en el barro, sobre el lomo gozoso del paisaje, donde ha volcado sus bayas la memoria. ME
La relativización, la temperancia, el desapego... son algunas cosas que, a cambio de juventud, nos van dando los años. Desde ellas, y llegado el momento, se puede razonar el dolor de la muerte, aceptando con serenidad que nada es del todo.
Desde ese punto de vista, la muerte va del quebranto a la consunción, moderándose, escalonándose, soltando gravedad y sombra. De este modo podemos entenderla, pues la verticalidad, que es desgarro y precipicio, se va volviendo declive, que es ya sólo pesadumbre y distancia. Es decir, el sentimiento (amor-dolor), trasciende la exclusividad y se desbrava pero al mismo tiempo se expande y se universaliza. Ya no se ama a un ser, sino a una vida. Ya no duele un ser, sino una vida. Y la vida es el curso de los años, de las cosas: el espacio y el tiempo.
Yo creo, además, que el dolor de la muerte es el desbordamiento, más o menos incontrolado, de la capacidad amorosa, y un amor de lustros jamás se desborda totalmente porque tiene mucho de arraigo y de poso: hogar, familia, paisaje, paisanaje... De ahí la racionalidad del dolor y de ahí también la panteización de la muerte, si así puede decirse; pues si bien es cierto que nada muere del todo, también es verdad que todo muere algo o, al menos, que todo es afectado algo de muerte.
En cualquier caso, el concreto dolor que ha dado origen a este libro, devenido de una muerte concreta, se ha transformado en una lluvia ancha que cae del amor y va hacia el amor, que mana de la tierra y va hacia la tierra. Espero que en ella fructifique porque es ahí, abundando en el barro, sobre el lomo gozoso del paisaje, donde ha volcado sus bayas la memoria. ME
Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Van cayendo las
hojas
Ahora que
la ausencia
es vegetal
abierto
que
alcanza en esta luz
su
dimensión madura,
te abrazo
con la voz
y con la
ley
te doy
estirpe y sangre.
--o--
El poso de la luz, la sinfonía
seca del árbol y el matojo,
el mar imperceptible, la templanza
del sol en el mantillo...
¿Quién se atreve a rasgar
este dosel de lunas, esta
yedra de líquenes y sangre?
--o--
El árbol
se derrama
en
temblores de otoño y decadencia,
y ya mi
corazón
habita la
seroja.
--o—
Mis recuerdos de amor
regresan a este otoño donde
rompen las olas de la vida.
Donde ha roto la vida.
Sobre un suelo maduro
-que aún recubre el barro-
se agolpan la niñez y la hojarasca,
el fuego elemental, el pan
con levadura, la certeza
callada de los besos...
Muelas de los caballeros. Foto JM Piña
La tarde
es un racimo
de luz
periclitada, casi
un
territorio de la noche.
Los
árboles perfilan en sus hojas
lentas
lluvias de otoño.
--o--
Van cayendo las hojas
sobre el barro vencido del crepúsculo,
en tanto que el dolor,
entrecortado y lento,
responde a un interludio de campanas
gravitadas en muerte.
--o--
Agito el corazón, sacudo el frío.
Y de nuevo retumban en mi pecho
los temblores de sangre:
los torrentes, los ríos, las cisternas...
Y los ojos me vuelven a esa luz
de otoño y vida
que hoy aparta las hojas
y se posa en un barro de ternura.
--o--
Y el día
recupera los perdidos
temblores
del otoño:
esos
vastos paisajes, esas
hojas
prestadas que reclama el barro.
--o--
Que un racimo de malvas
florezca junto al mármol
y abone las raíces de esta paz
que testifica el roble.
Pues roble es, y duro,
el paisaje gozoso de esta muerte.
Del
libro Hojas lentas de otoño, Premio Ciudad de Torrevieja 1997
Certeros y degustables versos.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Jorge: son fragmentos de poemas destinados a recordar a aquellas personas queridas que se nos han ido.
ResponderEliminarGracias y un abrazo