Rosa, desfile en el hotel Montiboli, Villajoyosa
Del prólogo de Azumbres de la noche
…En alguna otra ocasión he hablado de la poesía como de
un ejercicio personal, proclive a la autorreferencia, que germina en la soledad
y no pocas veces se cierra en un solipsismo centrípeto, como un remolino que se
abisma en su interior. Y a tenor de lo que he dicho más atrás, parecería que
nos encontramos ante una poesía ensimismada, salvo en la imprescindible
orientación hacia la otra persona que, en cuanto poesía amorosa que es, tiene.
Pero no estoy nada seguro de que ello sea realmente así cuando hablamos de
“esta “ poesía. Aunque temáticamente estamos ante una poesía de amor, éste no
actúa como otro componente del mundo, al que someterse con olvido de los
restantes. Al contrario: el amor, lejos de todo autismo, unce los elementos
todos de una naturaleza esplendente, de un entorno asombrado, poblado de
espadas y hojas de laurel, cántaros y labios, colores de cielo o de miel. Es
ésta una poesía, aunque amorosa, de la naturaleza global, en la que pueden
sentirse acogidos cuantos sean capaces de apreciar, si no el sentimiento
personal del autor, sí el universo en que éste se aposenta. Quizás no sea tan
importante, en la poesía de Mariano Estrada, el tema de un poema o de un libro,
como la contundencia vital de su expresión poética, que no conoce ni la reserva
sentimental ni la frialdad aséptica. Aunque los poemas de este autor –y me
refiero a las composiciones de cualquiera de sus libros- no son siempre poemas
de amor, son, en todos los casos, poemas amorosos. Démosles paso ya.
Ángel L. Prieto de Paula,
Dos poemas del libro:
El racimo
Te has empeñado en negarme ese racimo
que la parra exhibe y no ha alcanzado la zorra.
Pero estás madura, lo sé,
y temo con espanto que una noche aciaga,
cuando el ojo del guardián se hunda en la tiniebla,
te alcance la mirada de un perfecto desconocido
cuyo imán te robe.
Quizás ni ladren los perros,
que andarán perdidos por las calle bajas
y no sabrán de ti para avisarme.
De nada servirá, tampoco,
que mis ojos acechantes
se conviertan en omnímodas vigilias.
Estarán supeditados a ese fuego ardiente
que en las noches solitarias me circunda.
Ni la campana de bronce
ni el reloj de cuco
ni el jilguero boreal
ni los aromas áulicos de una rosa perfecta
me servirán de consuelo.
Es necesario, por tanto,
que nos amemos hoy mismo:
antes de que alumbren las estrellas
el atajo aleve por el que ascienden los lobos.
Comprende de una vez
que quien te acecha no es tan solo la zorra.
Paradoja
Bien sé que perseguía una entelequia
al pretender de tus labios una sola grana.
Bien sé que el movimiento de los astros
no registra el pulso de tan íntimas consideraciones.
Y sé también que el cuerpo universal
-incluso en las instancias más cercanas al barro-,
ignora los temblores del corazón más herido.
Todo esto es verdad, lo sé.
Pero yo me hubiera ofrecido en holocausto
porque tu boca rociara mis sentidos
con una lluvia serena
que templara los galopes de mi alma:
Sí, mi amor, te
quiero.
Porque entonces, solamente entonces,
hubiera estado en disposición
de renunciar a ti para siempre.
Del libro Azumbres de la noche (1993)
Del libro Azumbres de la noche (1993)
Mariano Estrada www.mestrada.net
Paisajes Literarios
No hay comentarios:
Publicar un comentario