Cementerio de los poetas, Roma. Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Los poetas
en la sociedad del bienestar
Al releer este artículo he chocado de frente con la expresión “Sociedad del bienestar” y he sentido un cierto desasosiego, ya que está insertada en el texto con la naturalidad de quien habla de un bien acabado, perfecto e inalterable. Y hasta cierto punto es lógico: estábamos en el año 2006, es decir, en el cenit de la bonanza económica más grande de la historia reciente de España. El dinero corría con fluidez, abundaba el trabajo y no había mayor preocupación.
Pinchada la burbuja, que es lo que se
escondía detrás de la susodicha bonanza económica, la percepción que tenemos de
la sociedad del bienestar es la de un bien renqueante, tembloroso y hasta puede
que insostenible. Pero también es lógico, ya que vamos a encarar el año 2013 y
en él estará posiblemente el nadir de la crisis más grande de la historia
reciente de España, salvados los períodos de guerra y de posguerra. El crédito
no fluye, el paro se extiende como la pólvora y, más allá de la mera
preocupación, lo que hay es un enorme miedo.Al releer este artículo he chocado de frente con la expresión “Sociedad del bienestar” y he sentido un cierto desasosiego, ya que está insertada en el texto con la naturalidad de quien habla de un bien acabado, perfecto e inalterable. Y hasta cierto punto es lógico: estábamos en el año 2006, es decir, en el cenit de la bonanza económica más grande de la historia reciente de España. El dinero corría con fluidez, abundaba el trabajo y no había mayor preocupación.
Por eso, y no por otra cosa, me ha resultado perturbador o inquietante encontrarme con la referida expresión en un artículo sobre poetas. Por cierto, los poetas, como tales, no deberían notar mucho la crisis. Y es que se beneficiaron tan poco de la época de bonanza… No obstante, la crisis la notarán en el trabajo que tienen que hacer día a día para poder ser lo que son.
Por su parte, el artículo sigue siendo lo que entonces era: una serie de opiniones hilvanadas con palabras a vuela pluma.
11-11-2012
¿Todos los
poetas están muertos? Opiniones a vuela pluma
Yo no sé si a estas alturas del bienestar -y tal vez como consecuencia del mismo- los poetas están muertos, aletargados o agonizantes. Algún matado habrá, supongo, para oficiar de contrapunto en la crapulosa partida de los cementerios. Y seguro que hay también algunos vivos que, inmunizados contra el desánimo y procedentes de los derrumbaderos posmodernistas, van poniendo en la lírica las semillas de la posteridad. ¿Qué “ismo” venturoso va a depararnos el futuro? ¿Reinicialismo, reposicionismo, regresismo, contricionismo, expiacionismo, purificacionismo? (La serie puede ser larga, pero infructuosa. Especular sobre este asunto no creo que estimule mucho a los lectores).
Ironías al margen, lo primero que se me ocurre decir es que entre la poesía y la sociedad del bienestar hay una distancia muy grande, tal vez un abismo. Es cierto que dentro de la sociedad del bienestar, al igual que dentro de una matroska rusa, hay un amplio número de sociedades variopintas y relativamente independientes, ya sean yuxtapuestas, entremezcladas o estratificadas. Lo que pasa es que, con respecto a la lírica, todas esas sociedades se van pareciendo demasiado entre sí. ¿Globalización? ¿Mundialización? ¿Pensamiento único? ¿En cuántas de ellas tienen cabida los poetas?
Porque poetas hay, desde luego, aunque no sé si son serios o bufos, entregados o diletantes. Me refiero a que hay poetas vivos, de los que comen y mean y defecan. A juzgar por los libros que se publican, habrá que reconocer incluso que hay muchos. Muchísimos. Acaso más que nunca. Claro que siguen olvidados, porque la poesía también sigue olvidada. ¿Tendrán algo que ver el elitismo, la endogamia y el ensimismamiento? No lo sé. Ni siquiera sé si los poetas reconocidos son los mejores. Seguramente sí. O no. ¿Cómo saberlo? Hay poetas reconocidos que han quedado anclados en las melazas de algún remoto ismo, tal vez porque se han pasado a la novela con todos sus bártulos. ¿Infieles? No, pragmáticos. Y a lo mejor hay otros muy buenos, de los que nunca sabremos nada porque se lo llevarán todo a la tumba: los cuadernos, la ilusión, los intestinos, la memoria…
En España, el éxito poético lo otorga el reconocimiento oficial, fundamentalmente –y además de las revistas especializadas y las antologías- a través de los numerosos concursos que convocan o patrocinan tanto las entidades privadas como las públicas en sus distintas modalidades. Y esto no estaría mal si los concursos fueran limpios como la patena. Pero, ¿lo son? He ahí una pregunta innecesaria. Y lo peor de todo es que, en un alarde de travestismo perverso e interesado, el éxito se acaba confundiendo con la calidad.
Sin embargo, sabemos que el reconocimiento oficial, por sí mismo, no solo no garantiza la calidad, sino que puede ocultar bajo sus orlas una sarta de mentiras, de engaños, de corrupciones, de mediocridades y de intereses. Y la poesía, que se siente defraudada, se enfurece y se pone hasta gritona: “¿Pero es que no hay nada mejor que estas cursiladas que os atrevéis a escribir en mi nombre, o estas naderías o estas pretensiones, vanidades y soberbias con las que me atormentáis constantemente y con las que incluso me ponéis en ridículo?”.
Finalmente, y a pesar de lo dicho más arriba, yo sí creo que hay algunos poetas notables: reconocidos, vivos y notables. Otra cosa es que, al estar tan alejados de la sociedad, como digo, haya niños y jóvenes que los han revestido ya con el halo perenne de la muerte. ¡Ah!, ¿pero no está usted muerto? Claro que también hay niños que preguntan por el árbol que produce los huevos. ¿De quién es la culpa? De los niños no, supongo.
Parece complicado, ¿verdad? Porque, vamos a ver, ¿qué es la poesía, si superamos el romanticismo explícito de aquel gran poeta sevillano que, embelesado por el amor, cayó en los tremedales complacientes de una pupila azul? Al margen de las sesudas opiniones de los entendidos, que reconozco y respeto, yo creo en la poesía perceptible, esa que está ahí, a nuestro alcance, esperando a que el espíritu la contemple y la haga suya. En las ramas de los árboles, en las crestas del mar, en el revoloteo de las mariposas, en los amaneceres primaverales, en la mirada de los perros, en la inocencia de los niños, en las manos entrelazadas de los enamorados, en los olores del brezo y del jazmín. De vez en cuando hay alguien que nos la pone delante de las narices y nos la hace ver. Y a ese alguien le llamamos poeta. Pero todo eso está ahí, repito, en el mundo que nos envuelve, para que la gente lo mire, lo vea, lo descubra, lo escriba, lo comunique, lo interiorice, lo sienta. Y poeta, también, es todo aquel que es capaz de mirarlo, de verlo, de interiorizarlo, de sentirlo. Aunque no lo sepa escribir.
¿Poetas vivos? Claro que los hay. Muchos. Tal vez demasiados. Pero, ¿cuántos creen de verdad en la poesía? ¿Cuántos la aman sincera y ciegamente? ¿Cuántos la incorporan apasionadamente a su vida? ¿Cuántos se entregan a ella sin eufemismos ni paracaídas ni parafernalias? Pocos. Cada vez menos. Tal como andan las cosas, se diría que la sensibilidad se ha convertido en sensiblería y papanatismo y el sentimiento en un flash que solo se activa con historias del corazón como esas que cuentan diariamente en la tele. Por cierto, me salgo de la linde para llamar la atención sobre los hondos sentimientos que salen a raudales de la pequeña pantalla: ¿no veis como lloran algunos porque un tronco y un pendón se han puesto mutuamente los cuernos? ¿No veis ese mar de lágrimas provocado por la gresca entre un macarra y un friki?
Un último apunte: que nadie se tome muy en serio las opiniones expresadas en estas líneas, pero que tampoco las desoiga del todo ni las arrincone para siempre en el desván de los cacharros. Es verdad que son cosas escritas a vuela pluma, pero no hay que despreciar precipitadamente los impulsos que nacen de la espontaneidad, de la intuición y del fondo incontrolable del espíritu, aunque vengan mediatizados por el escepticismo, el humor, la risa o la ironía. “Papá, ¿Cuál es el árbol de los huevos?” “El pene, hijo, el pene. Que es el miembro masculino de la pena. Y tal vez el jugador más valioso”.
08-09-2006
Yo no sé si a estas alturas del bienestar -y tal vez como consecuencia del mismo- los poetas están muertos, aletargados o agonizantes. Algún matado habrá, supongo, para oficiar de contrapunto en la crapulosa partida de los cementerios. Y seguro que hay también algunos vivos que, inmunizados contra el desánimo y procedentes de los derrumbaderos posmodernistas, van poniendo en la lírica las semillas de la posteridad. ¿Qué “ismo” venturoso va a depararnos el futuro? ¿Reinicialismo, reposicionismo, regresismo, contricionismo, expiacionismo, purificacionismo? (La serie puede ser larga, pero infructuosa. Especular sobre este asunto no creo que estimule mucho a los lectores).
Ironías al margen, lo primero que se me ocurre decir es que entre la poesía y la sociedad del bienestar hay una distancia muy grande, tal vez un abismo. Es cierto que dentro de la sociedad del bienestar, al igual que dentro de una matroska rusa, hay un amplio número de sociedades variopintas y relativamente independientes, ya sean yuxtapuestas, entremezcladas o estratificadas. Lo que pasa es que, con respecto a la lírica, todas esas sociedades se van pareciendo demasiado entre sí. ¿Globalización? ¿Mundialización? ¿Pensamiento único? ¿En cuántas de ellas tienen cabida los poetas?
Porque poetas hay, desde luego, aunque no sé si son serios o bufos, entregados o diletantes. Me refiero a que hay poetas vivos, de los que comen y mean y defecan. A juzgar por los libros que se publican, habrá que reconocer incluso que hay muchos. Muchísimos. Acaso más que nunca. Claro que siguen olvidados, porque la poesía también sigue olvidada. ¿Tendrán algo que ver el elitismo, la endogamia y el ensimismamiento? No lo sé. Ni siquiera sé si los poetas reconocidos son los mejores. Seguramente sí. O no. ¿Cómo saberlo? Hay poetas reconocidos que han quedado anclados en las melazas de algún remoto ismo, tal vez porque se han pasado a la novela con todos sus bártulos. ¿Infieles? No, pragmáticos. Y a lo mejor hay otros muy buenos, de los que nunca sabremos nada porque se lo llevarán todo a la tumba: los cuadernos, la ilusión, los intestinos, la memoria…
En España, el éxito poético lo otorga el reconocimiento oficial, fundamentalmente –y además de las revistas especializadas y las antologías- a través de los numerosos concursos que convocan o patrocinan tanto las entidades privadas como las públicas en sus distintas modalidades. Y esto no estaría mal si los concursos fueran limpios como la patena. Pero, ¿lo son? He ahí una pregunta innecesaria. Y lo peor de todo es que, en un alarde de travestismo perverso e interesado, el éxito se acaba confundiendo con la calidad.
Sin embargo, sabemos que el reconocimiento oficial, por sí mismo, no solo no garantiza la calidad, sino que puede ocultar bajo sus orlas una sarta de mentiras, de engaños, de corrupciones, de mediocridades y de intereses. Y la poesía, que se siente defraudada, se enfurece y se pone hasta gritona: “¿Pero es que no hay nada mejor que estas cursiladas que os atrevéis a escribir en mi nombre, o estas naderías o estas pretensiones, vanidades y soberbias con las que me atormentáis constantemente y con las que incluso me ponéis en ridículo?”.
Finalmente, y a pesar de lo dicho más arriba, yo sí creo que hay algunos poetas notables: reconocidos, vivos y notables. Otra cosa es que, al estar tan alejados de la sociedad, como digo, haya niños y jóvenes que los han revestido ya con el halo perenne de la muerte. ¡Ah!, ¿pero no está usted muerto? Claro que también hay niños que preguntan por el árbol que produce los huevos. ¿De quién es la culpa? De los niños no, supongo.
Parece complicado, ¿verdad? Porque, vamos a ver, ¿qué es la poesía, si superamos el romanticismo explícito de aquel gran poeta sevillano que, embelesado por el amor, cayó en los tremedales complacientes de una pupila azul? Al margen de las sesudas opiniones de los entendidos, que reconozco y respeto, yo creo en la poesía perceptible, esa que está ahí, a nuestro alcance, esperando a que el espíritu la contemple y la haga suya. En las ramas de los árboles, en las crestas del mar, en el revoloteo de las mariposas, en los amaneceres primaverales, en la mirada de los perros, en la inocencia de los niños, en las manos entrelazadas de los enamorados, en los olores del brezo y del jazmín. De vez en cuando hay alguien que nos la pone delante de las narices y nos la hace ver. Y a ese alguien le llamamos poeta. Pero todo eso está ahí, repito, en el mundo que nos envuelve, para que la gente lo mire, lo vea, lo descubra, lo escriba, lo comunique, lo interiorice, lo sienta. Y poeta, también, es todo aquel que es capaz de mirarlo, de verlo, de interiorizarlo, de sentirlo. Aunque no lo sepa escribir.
¿Poetas vivos? Claro que los hay. Muchos. Tal vez demasiados. Pero, ¿cuántos creen de verdad en la poesía? ¿Cuántos la aman sincera y ciegamente? ¿Cuántos la incorporan apasionadamente a su vida? ¿Cuántos se entregan a ella sin eufemismos ni paracaídas ni parafernalias? Pocos. Cada vez menos. Tal como andan las cosas, se diría que la sensibilidad se ha convertido en sensiblería y papanatismo y el sentimiento en un flash que solo se activa con historias del corazón como esas que cuentan diariamente en la tele. Por cierto, me salgo de la linde para llamar la atención sobre los hondos sentimientos que salen a raudales de la pequeña pantalla: ¿no veis como lloran algunos porque un tronco y un pendón se han puesto mutuamente los cuernos? ¿No veis ese mar de lágrimas provocado por la gresca entre un macarra y un friki?
Un último apunte: que nadie se tome muy en serio las opiniones expresadas en estas líneas, pero que tampoco las desoiga del todo ni las arrincone para siempre en el desván de los cacharros. Es verdad que son cosas escritas a vuela pluma, pero no hay que despreciar precipitadamente los impulsos que nacen de la espontaneidad, de la intuición y del fondo incontrolable del espíritu, aunque vengan mediatizados por el escepticismo, el humor, la risa o la ironía. “Papá, ¿Cuál es el árbol de los huevos?” “El pene, hijo, el pene. Que es el miembro masculino de la pena. Y tal vez el jugador más valioso”.
08-09-2006
Mariano
Estrada www.mestrada.net Paisajes
Literarios
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