Diseño portada y libro: Lalo F. Mayo
El booktrailer:
En la web de la editorial Círculo Rojo
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Notas previas
Primera
Este libro es un grito sin demasiadas resonancias que,
desde los primeros años 90 del siglo pasado, viene arrastrando su soledad por
los derrumbaderos del tiempo que nos ha tocado vivir, que es ciertamente
vertiginoso. Sin embargo, como consecuencia de la perversión del sistema
político y financiero, de los grasientos excesos inmobiliarios y de la
complacencia general ante la bonanza económica (1997-2007), en los cuatro
últimos años (2008-2012) se ha instalado en España y en el mundo una crisis tan
amplia y tan severa que, a partir de un determinado momento, el grito se ha
extendido a una amplísima parte de la sociedad, ya que las voces de los
afectados por el desafuero se han hecho angustia y desesperación y han salido a
manifestar su desgarro a la calle.
La corrupción ha quedado patente y desnuda, pero el
sistema se ha cuidado muy bien de arroparla desde la inmensidad de sus poderes
político–económicos, que son los que imponen la ley y manejan el cotarro de la
justicia. Desde estas páginas se pretende insistir en ese grito y, en la medida
de lo posible, animar a que todos sigamos gritando. En primer lugar para que
los ciudadanos corrompidos sean puestos debidamente entre rejas, y, en segundo
lugar, para que la corrupción no se vuelva a instalar impunemente entre
nosotros.
Julio 2012
Segunda
Tal como se podrá ir comprobando a lo largo de estas
páginas, las críticas vertidas contra la corrupción por parte del autor de las
mismas, además de que han sido variadas y numerosas, no proceden solamente del
acotado tiempo de la crisis (2008 en adelante), sino que vienen de muchos años
atrás, cuando esta clase de pronunciamientos o denuncias, dada la bonanza
económica generalizada, producían en los ciudadanos una sonrisa irónica, ya que
no una mueca de incredulidad o un rictus de incomprensión o desacuerdo.
Naturalmente, me estoy refiriendo a los sectores mayoritarios de la sociedad,
aquellos que no solo tenían bien cubiertas las necesidades esenciales, sino
también un holgado acceso al crédito y una abierta y alegre disposición al
consumo. Cuando el bolsillo está lleno, no solo no vemos la podredumbre a
nuestro alrededor, sino que tapamos la nariz para no olerla. Porque lo cierto
es que la mencionada prosperidad económica de esos años, tan elocuente como
engañosa, no llegaba por igual a todos los rincones e incluso había
significados rincones a los que ni siquiera llegaba.
Quiero encabezar este libro con un artículo escrito un
año antes de que explotara esta espantosa y virulenta crisis que, fraguada en
el despilfarro y la codicia, nos tiene aún cogidos por las partes más débiles,
ya que de algún modo auguraba que, antes o después, iba a ocurrir lo que
finalmente está ocurriendo, además de aventurar una sutil pero jugosa
exposición de las causas por las que ocurriría. Quizás el artículo se comprenda
mejor ahora, cuando la evidencia, el dolor, los daños y las dificultades nos
han abierto las carnes y los ojos, que
en la fecha en que fue escrito, febrero del 2007, cuando la exuberancia del
bosque no nos dejaba ver el desierto que se abría ante nuestras propias
narices.
Junio 2012
La caída del guindo
Tengo el alma caída. ¿De dónde? ¿Y vosotros me lo
preguntáis? De un guindo. La tenía allí hace tiempo, protegida del mundo, pulcramente
instalada sobre un nido de tórtola que, por insignificante, respetaban los
transeúntes que pasaban constantemente por el camino, porque habéis de saber
que yo vivía en un guindo junto al camino. ¿Y qué camino es ese por el que
pasaban tantas almas que no te veían? Sí me veían, pero, como digo, respetaban
mi soledad y mi independencia… Ya sé, ya sé que era una forma de ignorarme.
Caminaban de prisa, con los ojos cargados de lujuria. ¿De lujuria? ¿No querrás
decir de avaricia? Sí, de avaricia y de lujuria, que ambas cosas se juntan en
los ojos abocados a la depredación.
Yo les gritaba y les gritaba: «Eh, amigos, por ahí no
vais bien, ese camino solo os lleva a territorios sobresaturados y
adormecedores, donde la vida se hace enfermedad y se adocena y el alma muere de
hartura. Vais a convertiros en una bola de grasa, una enorme bola de grasa
sobre la que se multiplicarán después los gusanos». ¿Y este tío que dice? –me
hubiera gustado que me dijeran–. Pero solo se reían entre dientes y sus labios,
tal vez, murmuraban a los botones de sus camisas: ¿qué es eso que me zumba en
el oído, un mosquito? Y a mí me daba un coraje tan grande que a punto estuve en
repetidas ocasiones de darme de morros contra el suelo. «Eh, amigos, no os
dejéis atrapar por el engaño, no bajéis a ese valle en el que poco a poco os
hundiréis y perderéis la diversidad de la vista. ¿No veis que allí no hay
lontananza ni perspectiva ni riqueza, sino carnaza que vosotros mismos
convertiréis en carroña y en desierto? ¿En desierto? ¿Qué digo? El desierto
tiene esperanzas y horizontes, en ese valle al que vais solo hay primeras
impresiones y soledad, que es el muro en el que se estrella el arrepentimiento,
porque habéis de saber que no hay camino de vuelta, sino una larga
desesperación. Es cierto que llegaréis a un oasis donde habrá abundante comida,
pero, ¿qué haréis después de comer, sino comer nuevamente y entregaros a la
lujuria y a la pereza? Oye, muchacho, tú, que eres joven y luces esos gestos
joviales y esa aparente despreocupación que te hace soñador e inteligente: allí
abajo no se puede soñar, allí solo se come y se bebe…». ¿Se bebe? –pensé que
iba a decirme, pero solo fue una apreciación preventiva–.Vaya, esto está chungo
de veras, si un joven no detecta estas vaharadas de aliento espirituoso, es que
no me oye ni Dios.
Por eso tengo el alma caída. Ahora estoy en el suelo y sé
que no podré subir nuevamente a la higuera. ¿La higuera? Hasta hace poco era un
guindo, ¿en qué quedamos? Es igual, ya no puedo volver a mi pequeño nido de
paja, sobre el que todas las advertencias se amortiguan y languidecen. ¿Para
qué he gritado tanto durante todos estos años? ¿Solo para que Munch me retratara?
Voy a salir al camino para que las muchedumbres me pisen. No quiero vivir más
en este guindo olvidado, cuyas flores primaverales, sobre las que ya no se
posan las abejas, son también del olvido. ¿Flores, dices? Pero si es un guindo
seco, ¿es que no lo ves? Sí lo veo, sí, ahora lo veo perfectamente. Voy a salir
al camino para que la gente me atropelle y me sepulte. ¿El camino, la gente?
Eres un ser verdaderamente obsoleto. Hemos cruzado los umbrales del
postmodernismo, ¿y tú estás hablando de flores, de caminos y de gente que los
transita? El camino al que te refieres es una moderna autopista por la que la
gente no anda por su pie, sino que «circula» en sus lujosos carruajes y a una
tremenda velocidad. ¿Y adónde van, si puede saberse? Es un capricho que tengo
antes de entregarme a la abrasión de sus enormes ruedas de goma. ¿Adónde van,
dices, alma ingenua e insulsa? Al valle que tú tan bien has descrito, lo que
pasa es que cada vez tienen más prisa en llegar, no se sabe por qué. Tanta
prisa tienen que algunos ya ni llegan. Si te olvidas del guindo y abres bien
los ojos, tú mismo puedes ver su juventud interrumpida por innumerables
accidentes de circulación y su carne desparramada en multiplicados amasijos de
chatarra. Y ahora súbete al guindo de tus sueños y, si puedes, dile a la gente
que se detenga…
10-02-2007
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