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lunes, 6 de julio de 2015

Corrupción: los perniciosos socavones de la carcoma. Nuevo libro de Mariano Estrada



 
          Diseño portada y libro: Lalo F. Mayo 
 
El booktrailer:
 
En la web de la editorial Círculo Rojo

1
Notas previas

Primera

Este libro es un grito sin demasiadas resonancias que, desde los primeros años 90 del siglo pasado, viene arrastrando su soledad por los derrumbaderos del tiempo que nos ha tocado vivir, que es ciertamente vertiginoso. Sin embargo, como consecuencia de la perversión del sistema político y financiero, de los grasientos excesos inmobiliarios y de la complacencia general ante la bonanza económica (1997-2007), en los cuatro últimos años (2008-2012) se ha instalado en España y en el mundo una crisis tan amplia y tan severa que, a partir de un determinado momento, el grito se ha extendido a una amplísima parte de la sociedad, ya que las voces de los afectados por el desafuero se han hecho angustia y desesperación y han salido a manifestar su desgarro a la calle.
La corrupción ha quedado patente y desnuda, pero el sistema se ha cuidado muy bien de arroparla desde la inmensidad de sus poderes político–económicos, que son los que imponen la ley y manejan el cotarro de la justicia. Desde estas páginas se pretende insistir en ese grito y, en la medida de lo posible, animar a que todos sigamos gritando. En primer lugar para que los ciudadanos corrompidos sean puestos debidamente entre rejas, y, en segundo lugar, para que la corrupción no se vuelva a instalar impunemente entre nosotros.
Julio 2012
Segunda

Tal como se podrá ir comprobando a lo largo de estas páginas, las críticas vertidas contra la corrupción por parte del autor de las mismas, además de que han sido variadas y numerosas, no proceden solamente del acotado tiempo de la crisis (2008 en adelante), sino que vienen de muchos años atrás, cuando esta clase de pronunciamientos o denuncias, dada la bonanza económica generalizada, producían en los ciudadanos una sonrisa irónica, ya que no una mueca de incredulidad o un rictus de incomprensión o desacuerdo. Naturalmente, me estoy refiriendo a los sectores mayoritarios de la sociedad, aquellos que no solo tenían bien cubiertas las necesidades esenciales, sino también un holgado acceso al crédito y una abierta y alegre disposición al consumo. Cuando el bolsillo está lleno, no solo no vemos la podredumbre a nuestro alrededor, sino que tapamos la nariz para no olerla. Porque lo cierto es que la mencionada prosperidad económica de esos años, tan elocuente como engañosa, no llegaba por igual a todos los rincones e incluso había significados rincones a los que ni siquiera llegaba.
Quiero encabezar este libro con un artículo escrito un año antes de que explotara esta espantosa y virulenta crisis que, fraguada en el despilfarro y la codicia, nos tiene aún cogidos por las partes más débiles, ya que de algún modo auguraba que, antes o después, iba a ocurrir lo que finalmente está ocurriendo, además de aventurar una sutil pero jugosa exposición de las causas por las que ocurriría. Quizás el artículo se comprenda mejor ahora, cuando la evidencia, el dolor, los daños y las dificultades nos han abierto las carnes y  los ojos, que en la fecha en que fue escrito, febrero del 2007, cuando la exuberancia del bosque no nos dejaba ver el desierto que se abría ante nuestras propias narices.
                                                                                                                Junio 2012
                                          
La caída del guindo

Tengo el alma caída. ¿De dónde? ¿Y vosotros me lo preguntáis? De un guindo. La tenía allí hace tiempo, protegida del mundo, pulcramente instalada sobre un nido de tórtola que, por insignificante, respetaban los transeúntes que pasaban constantemente por el camino, porque habéis de saber que yo vivía en un guindo junto al camino. ¿Y qué camino es ese por el que pasaban tantas almas que no te veían? Sí me veían, pero, como digo, respetaban mi soledad y mi independencia… Ya sé, ya sé que era una forma de ignorarme. Caminaban de prisa, con los ojos cargados de lujuria. ¿De lujuria? ¿No querrás decir de avaricia? Sí, de avaricia y de lujuria, que ambas cosas se juntan en los ojos abocados a la depredación.
Yo les gritaba y les gritaba: «Eh, amigos, por ahí no vais bien, ese camino solo os lleva a territorios sobresaturados y adormecedores, donde la vida se hace enfermedad y se adocena y el alma muere de hartura. Vais a convertiros en una bola de grasa, una enorme bola de grasa sobre la que se multiplicarán después los gusanos». ¿Y este tío que dice? –me hubiera gustado que me dijeran–. Pero solo se reían entre dientes y sus labios, tal vez, murmuraban a los botones de sus camisas: ¿qué es eso que me zumba en el oído, un mosquito? Y a mí me daba un coraje tan grande que a punto estuve en repetidas ocasiones de darme de morros contra el suelo. «Eh, amigos, no os dejéis atrapar por el engaño, no bajéis a ese valle en el que poco a poco os hundiréis y perderéis la diversidad de la vista. ¿No veis que allí no hay lontananza ni perspectiva ni riqueza, sino carnaza que vosotros mismos convertiréis en carroña y en desierto? ¿En desierto? ¿Qué digo? El desierto tiene esperanzas y horizontes, en ese valle al que vais solo hay primeras impresiones y soledad, que es el muro en el que se estrella el arrepentimiento, porque habéis de saber que no hay camino de vuelta, sino una larga desesperación. Es cierto que llegaréis a un oasis donde habrá abundante comida, pero, ¿qué haréis después de comer, sino comer nuevamente y entregaros a la lujuria y a la pereza? Oye, muchacho, tú, que eres joven y luces esos gestos joviales y esa aparente despreocupación que te hace soñador e inteligente: allí abajo no se puede soñar, allí solo se come y se bebe…». ¿Se bebe? –pensé que iba a decirme, pero solo fue una apreciación preventiva–.Vaya, esto está chungo de veras, si un joven no detecta estas vaharadas de aliento espirituoso, es que no me oye ni Dios.
Por eso tengo el alma caída. Ahora estoy en el suelo y sé que no podré subir nuevamente a la higuera. ¿La higuera? Hasta hace poco era un guindo, ¿en qué quedamos? Es igual, ya no puedo volver a mi pequeño nido de paja, sobre el que todas las advertencias se amortiguan y languidecen. ¿Para qué he gritado tanto durante todos estos años? ¿Solo para que Munch me retratara? Voy a salir al camino para que las muchedumbres me pisen. No quiero vivir más en este guindo olvidado, cuyas flores primaverales, sobre las que ya no se posan las abejas, son también del olvido. ¿Flores, dices? Pero si es un guindo seco, ¿es que no lo ves? Sí lo veo, sí, ahora lo veo perfectamente. Voy a salir al camino para que la gente me atropelle y me sepulte. ¿El camino, la gente? Eres un ser verdaderamente obsoleto. Hemos cruzado los umbrales del postmodernismo, ¿y tú estás hablando de flores, de caminos y de gente que los transita? El camino al que te refieres es una moderna autopista por la que la gente no anda por su pie, sino que «circula» en sus lujosos carruajes y a una tremenda velocidad. ¿Y adónde van, si puede saberse? Es un capricho que tengo antes de entregarme a la abrasión de sus enormes ruedas de goma. ¿Adónde van, dices, alma ingenua e insulsa? Al valle que tú tan bien has descrito, lo que pasa es que cada vez tienen más prisa en llegar, no se sabe por qué. Tanta prisa tienen que algunos ya ni llegan. Si te olvidas del guindo y abres bien los ojos, tú mismo puedes ver su juventud interrumpida por innumerables accidentes de circulación y su carne desparramada en multiplicados amasijos de chatarra. Y ahora súbete al guindo de tus sueños y, si puedes, dile a la gente que se detenga…
10-02-2007

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

 
Diseño portada y libro: Lalo F. Mayo

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