Tronco de la olivera grossa, un árbol de 1.400 años
La olivera grossa. Villajoyosa, Alicante. Árboles y desiertos
Es
de linaje noble y de savia vieja. Vive en los pagos de La Ermita de san
Antonio. Se llama Olivera Grossa. Mide siete metros de altura y casi
tres de diámetro en la base. Se le calculan 1400 años de edad. Es un
árbol robusto, recio y hermoso, una obra de arte de la naturaleza, una
auténtica joya del patrimonio natural, cultural y paisajístico de
Villajoyosa.
¿Qué se puede decir de este anciano olivo que no hayan dicho y redicho las numerosas generaciones pasadas? ¿Qué se puede escribir que no hayan escrito las plumas de los vileros, alicantinos, valencianos o españoles, ya sean conocidos o desconocidos, insignes o modestos? Probablemente es el árbol más viejo de la provincia de Alicante y uno de los más antiguos de la Comunidad Valenciana, en alguno de cuyos archivos está debidamente catalogado como árbol monumental. Como lo estuvo aquel drago legendario de sangre roja.
¿Qué se puede decir de este anciano olivo que no hayan dicho y redicho las numerosas generaciones pasadas? ¿Qué se puede escribir que no hayan escrito las plumas de los vileros, alicantinos, valencianos o españoles, ya sean conocidos o desconocidos, insignes o modestos? Probablemente es el árbol más viejo de la provincia de Alicante y uno de los más antiguos de la Comunidad Valenciana, en alguno de cuyos archivos está debidamente catalogado como árbol monumental. Como lo estuvo aquel drago legendario de sangre roja.
En
el año mil novecientos noventa y tantos, yo escribí un pequeño poema
que se titula “Memorias del olivo”. Lo dejo aquí con una reflexión sobre
los árboles, que son los reclamadores necesarios de la lluvia. Y
también sobre los desiertos, que son el resultado de su ausencia y a la
vez su lamentable negación.
Árboles y desiertos
En
la localidad alicantina de Tárbena, que es una joya
perdida-reconquistada-repoblada, queda uno de aquellos dos “cipreses de
bronce” a los que se refirió Gabriel Miró en su libro Años y leguas. Gerardo Diego inmortalizó El ciprés de Silos
en un poema que no necesita presentación. José María Gironella, autor
que vivió en Villajoyosa y ahora está casi olvidado, legó a la
posteridad un libro que se titula Los cipreses creen en Dios. Por su parte, Miguel Delibes nos advirtió de que La sombra del ciprés es alargada. El poeta vilero José Payá Nicolau escribió un poema a la Olivera grossa, un árbol que huele a eternidad.
Lo
que quiero decir es que, en esta bendita tierra, aunque sea de una
forma simbólica, los árboles han tirado mucho de las plumas de los
escritores, de las egregias y de las que no lo son tanto.
La
obra de Antonio Machado está sembrada de álamos, de pinos y de encinas.
Además, específicamente, don Antonio escribió el poema A un olmo seco, que todos conocemos desde la escuela. Claudio Rodríguez dedicó uno de los suyos a Los almendros de Marialba. En su poema Árboles hombres,
volviendo de un delicioso paseo con las nubes, Juan Ramón Jiménez oyó
hablar a los árboles. Camilo José Cela, tras años de trabajo y tozudez,
nos dejó su Madera de boj, que en realidad es un
recuento de muertos en la tumultuosa Costa de la muerte. Rafael Sánchez
Ferlosio describió de una forma admirable el fantástico castaño de Alfanhuí, que era todo él de colores. Marina Mayoral se ha pasado algunos ratos de su vida escribiendo Bajo el magnolio. Vicente Blasco Ibáñez hizo lo propio Entre naranjos, que es una novela del año 1900. Una de las famosas rimas de Gustavo Adolfo Bécquer se titula Lejos y entre los árboles…
Y, salvando las distancias, yo mismo tengo un libro titulado Hojas lentas de otoño que,
además de hablar de la muerte, habla de las hojas del roble, árbol que
le da nombre a la tierra donde nací, la Carballeda zamorana. Y en la
tierra alicantina de la Marina Baixa, en la que llevo viviendo 37 años,
escribí Desde la flor del almendro. Más tarde escribí un poema titulado Quiero ser árbol, en el que mis futuras cenizas se reparten entre el almendro y el roble…
Esto
es solo un apunte, naturalmente. Un apunte sacado a vuela pluma de los
posos de la memoria, a la que fueron pegándose tras persistentes y
desordenadas lecturas. No es, por tanto, un recuento. Y mucho menos un
recuento exhaustivo, cuya realización requeriría tiempo y paciencia. Si
alguien tiene estas cosas, yo le cedo gratuitamente la idea. Puede ser
un trabajo gratificante.
Sin
embargo, para mis inmediatos propósitos, con lo dicho hasta aquí tengo
más que de sobra. Porque mis inmediatos propósitos se reducen únicamente
a llamar la atención. ¿Sobre qué? Veamos:
Es
verdad que nuestra literatura está llena de árboles, como no podía ser
de otro modo, ya que, en términos generales, hemos vivido siempre entre
ellos. El problema es que en determinadas regiones españolas,
especialmente del Sur y del Este –y siempre según los entendidos-, está
empezando a oler a desierto. Y esto es algo por lo que debiéramos estar
preocupados. ¿Lo estamos? Yo sinceramente lo dudo.
15-06-2012
Memorias del olivo
Regreso al corazón
donde la noche,
con su alud íntimo de dudas,
me ofrece un arrabal
de hidropesía y piedra.
Y aunque es la luz del alma
un ojo diametral
o contrapunto ciego,
la luna,
con sus óvalos altos de ceniza,
persiste en derramarse en
esos troncos de sed, en esas
memorias
tristes
del olivo.
Memorias del olivo
Regreso al corazón
donde la noche,
con su alud íntimo de dudas,
me ofrece un arrabal
de hidropesía y piedra.
Y aunque es la luz del alma
un ojo diametral
o contrapunto ciego,
la luna,
con sus óvalos altos de ceniza,
persiste en derramarse en
esos troncos de sed, en esas
memorias
tristes
del olivo.
Poema del libro Desde la flor del almendro (1995)
Este texto está recogido íntegramente en el libro La magia de lo auténtico: una visión lírica de Villajoyosa (2017)
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