Prólogo del libro VIENTOS DE SOLEDAD, más
un soneto.
En el año 1949, un escritor británico llamado George Orwell publicó una novela de ficción titulada 1984. En ella dibujaba una sociedad gobernada por un sistema de colectivismo burocrático. Un ojo omnisciente, al que no se le escapaba ni siquiera el pensamiento de los gobernados, controlaba el proceso de una forma efectiva, oprimente, incesante, meticulosa y brutal. Yo tuve el placer de leerla en 1977, cuando la sociedad española, ya sin Franco, iniciaba una etapa de su historia contagiada por el entusiasmo, la esperanza y la ilusión, lo que contrastaba radicalmente con el tema de la citada novela.
¿Qué pasó en el año 1984? Pasaron muchas cosas, evidentemente, pero ninguna se aproximaba demasiado a la terrible profecía de Orwell. En el Reino Unido gobernaba Margaret Thatcher y en España Felipe González, ella con mano de hierro y él con guante de seda. Pero ambos amparados por idéntico manto protector: la democracia. Y en la Unión Soviética, que era el régimen más equiparable al citado colectivismo burocrático, se estaba calentando el asiento para la llegada de Mijaíl Gorbachov, cosa que ocurrió en 1985. Y precisamente con él y su Perestroika, a la vez que se desmantelaba el antiguo régimen totalitario soviético, se iniciaba una etapa de Transparencia (glásnost en ruso) que iba en sentido contrario a lo denunciado por el escritor británico en su libro.
No obstante, la profecía anunciada por Orwell en su novela de ficción es una amenaza real incuestionable y sigue estando ahí, latente, viva y a punto de instalarse en el mundo. Es más, yo creo que ya empezó a instalarse con la presente e irreversible etapa de la globalización, de 1989 en adelante. El Gran Hermano de Orwell tiene su equivalente en las todopoderosas multinacionales de nuestros días, que son las que, con las anuencias y complicidades correspondientes, detentan el poder y el dinero y, por supuesto, las que nos van a someter y a controlar en el sentido más puramente orwelliano. Y si es preciso nos meterán en la habitación 101 -como hicieron con el rebelde Winston Smith- para penetrar en las profundidades de nuestro inconsciente y quebrar así nuestra más numantina resistencia. De hecho, ya lo están haciendo.
Pues bien, Vientos de soledad fue escrito precisamente en 1984, un año que, en España, política y socialmente, seguía enmarcado en un tiempo de ilusión, de progresión y de consolidación democrática. Obviamente, la vida interior de cada uno, además de las citadas inquietudes políticas, sociales y ciudadanas, estaba concernida por otros muchos factores. La mía lo estaba, grosso modo, por el trabajo, el amor, la familia, la poesía, los sueños y los amigos. Pero también, y paradójicamente, por un fondo ancho de soledad que se canalizaba a través de la literatura y que, visto desde ahora, se me hace bastante sorprendente e incluso incomprensible (*). Lo que quiere decir, quizás, que la soledad es el estado más probable del hombre, por mucho que nos empeñemos en correr detrás de quien es esencialmente otro con la idea de transmutarlo en uno mismo mediante la operación mágica del amor.
Todo ello, creo, se trasluce con nitidez en los poemas, que, naturalmente, son la materia esencial de este libro. Y si digo la esencial es porque los preámbulos que preceden a muchos de ellos fueron solo la excusa utilizada varios años más tarde para ir publicándolos en internet. De manera que, a los efectos esenciales, los declaro totalmente prescindibles. Quizás no hubiera debido publicarlos aquí, pero la decisión fue tomada libremente y el daño, si lo hubiere, ya está descontado. Sin embargo, la noche nunca es negra del todo, de forma que quizás puedan ser útiles a determinados lectores que, por razones diversas, se suelen mostrar reacios a embarcarse en lecturas poéticas descarnadas y puras, y tal vez necesiten un pequeño empujón que los introduzca de lleno en el barco. De hecho, a mí me han venido muy bien empujones de este tipo para lanzarme a determinadas lecturas filosóficas, por ejemplo, especialmente si estas pretendían sumergirme en las profundidades de la razón pura, ya que, sin los aleccionamientos convenientes, Kant es un hueso muy duro de roer y, desde luego, muy poco apetecible para lectores no versados en la materia. Tan poco apetecible al menos como el más impenetrable e irracional de los poetas.
En resumen, tal como ocurre en otras ocupaciones, oficios y menesteres, los preámbulos nos pueden ayudar a meternos en harina. Ahora bien, si no los tenemos por costumbre, será porque no necesitamos orientaciones ni prolegómenos para comernos el pan. En ese caso, el pan estará ofrecido en los poemas con todo su alimento y con toda su miga. Fuera explicaciones, fuera zanahorias y preliminares, fuera enviones y ayudas. Versos solamente. Lirismo puro. Pero sea de esta forma o de la otra, yo les deseo a los lectores una feliz ingesta y una deglución saludable.
07-07-2017
(*) Es remotamente probable que el hombre más ocupado del mundo no tenga espacios blancos en su cerebro destinados a llenar de intimidad. Y es ahí, en ese tiempo propio, donde el hombre descubre su soledad y, más allá de su soledad, su ineptitud para entretenerla. Entonces vislumbra con horror que su rutina diaria es una prolongada muleta en la que se apoya para irse alejando de sí mismo. (ME,1984)
Dejo aquí un soneto del libro
¿A quién le pediré que me sostenga?
¿A quién le pediré que me sostenga
si tú, que eres amor, me das de lado?
¿Adónde habrá otro hielo más helado?
¿Adónde más silencio en tanta lengua?
¿Por qué he de ser molino sin molienda,
latir de corazón no traspasado?
¿Por qué si soy farol voy apagado
y no ha de haber un rayo que me encienda?
Mi boca es oración, mi cuerpo ofrenda,
¿y no ha de haber puñal mal afilado
ni mano temblorosa que lo hienda?
¿A quién le pediré que me sostenga
si no es a ti, amor, que me has cegado
y me has dejado solo con la venda?
Mariano Estrada
...y sigue estando ahí...
ResponderEliminarCierto, Pepe, ahí sigue estando. Un abrazo
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