Buscar este blog

sábado, 26 de marzo de 2011

In extremis

Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

In extremis

Cuando yo era niño, pocas personas había en el mundo, si es que había alguna, que fueran más entrañables que mi abuelo. Luego me hice joven y el abuelo pasó a estar más en un segundo plano, pero entonces apareció Víctor Manuel con el suyo que, si os acordáis, estaba sentado en el quicio de la puerta. Y no se había apagado aún el cigarro al que se aferraba aquel entrañable picador, cuando Alberto Cortez vino a rescatar al suyo a Galicia…

Pero todo tiene su fin, como decían los Módulos en una canción de los primeros setenta, y yo creí que el fin de los abuelos había llegado aquel día en que un indefenso viejo, que era abuelo sin duda, había sido abandonado en una gasolinera por una familia que se quería ir sin estorbos de vacaciones. Los abuelos –me dije- no caben ya en este desarrollismo implacable y desalmado que es tan feroz, al menos, como el mismísimo lobo de Caperucita.

Pero hete tú que un día, y cuando nadie lo esperaba, va Zapatero y desentierra al suyo. La historia ya la sabéis, por lo que no hace falta que os la cuente. Lo que sí os voy a contar es una pequeña anécdota del mío, de quien puedo decir que, además de un cuentista entrañable, era un metafísico inverso, es decir, sus pensamientos le trascendían siempre hacia abajo.

Un abrazo


In extremis

Mi abuelo era un hombre de una imaginación ardorosa y casi ilimitada inteligencia. Lástima que, además de estos dones, tuviera una visión mefistofélica del mundo que, para su propia desgracia, le llevaba por caminos tortuosos hacia descabellados infiernos.

-¿Qué es el infierno? –le dije yo un día.
- El infierno –contestó- es el calvario de las malas conciencias. Imagínate que escupes a tu madre y que ésta, por influjos de su misma maternidad, no te inflige un castigo, sino que calla, sufre, se entristece… Tú tienes buen corazón, es obvio, luego tu mala conciencia empezará a atormentarte. Eso es justamente el infierno.
-¿Tú tienes mala conciencia? –le pregunté sorprendido.
- Así es, hijo, tengo mala conciencia.
- ¿Por qué? ¿Qué hiciste?
- Vendí mi alma al Diablo y, con el alma, la voluntad.
- Pero tú eres buena persona…
- Ese es el quid, que soy buena persona. Si mi conciencia estuviera desbaratada, mi alma, que ha abominado de Dios, sería dichosa en sus servicios diabólicos. Pero el Diablo, que es una fuerza incontenible, no puede cambiarme la naturaleza, que tiene un norte divino ¿Me comprendes? Ahí se funda el infierno. En mi alma nacen flores que acabarán siendo ortigas.

A punto ya de morir, solicitó mi presencia. Yo tenía un nudo en el pecho que, impensadamente, fue volviéndose llanto al oírle pronunciar estas palabras:

- Hay algo que el Diablo no ha conseguido, hijo mío: quitarme el amor que te tengo. A este amor me doy para que, al menos en el último trance, florezca en mi alma una rosa.

Del libro “Vindicación de J.L. Borges”

Mariano Estrada http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios

12 comentarios:

  1. Que maravillosa entrada Mariano, es conmovedora y muy emotiva, y no creo en absoluto que ese abuelo estuviera condenado al infierno, porque eso seria un pecado divino
    Gracias por ofrecer al mundo, tales gotas de sabiduría y arte concentrado en verso
    Besos

    ResponderEliminar
  2. Yo tampoco lo creo, Irene. Mi abuelo era una persona entrañable que tenía sus "cosillas", como todo el mundo, especialmente cuando se tiene una vena tan sensible como la suya. Estuvo en Cuba y trajo algunas rarezas relacionadas con la magia y esas cosas. Por lo demás, era el que me contaba los cuentos, el que en aquellos tiempos lejanos de mi niñez hacía el papel de lo que luego sería la televisión, pero en plan más personalizado y humano. Vamos, un abuelo admirable. No sé si tanto como el tuyo, por el que sientes devoción y que, mira tú por donde, se llamaba Mariano, como alguien que tú y yo conocemos. Gracias por el entusiasmo. Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. De las personas mayores se puede aprender mucho. Pero, si siempre andamos con prisa y nunca tenemos tiempo para escucharles, peor para nosotros, continuaremos siendo unos ignorantes ilustrados y "felices".

    ResponderEliminar
  4. No podíamos estar más de acuerdo, Pepe. Ignorantes ilustrados. Parece una "contradictio in términis", una especie de oxímoron estrafalario, pero no, es sólo la definición que nos corresponde. Y felices, para mas inri. Con la felicidad de los tontos, tal como sugieres con las comillas. Gracis. Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Hola Mariano: yo recuerdo a tu abuelo,y este hombre era o me parecia una persona especial, callado o te miraba de reojo,y creo que daria todo su saber, por la mitad de lo que ignoraba,yo alguna vez le escuchaba alguna historia y pensaba... ¡cuanto tiene que saber este señor!¡y cuanto saber se habrá ido con el sin expresarlo!Mira me has hecho emocionar. ¡OH EL ABUELO! un abrazo mariano, bonito recordatorio. Maria-José.

    ResponderEliminar
  6. Hola, Mariá José: sería callado contigo, pero era un dicharachero de tomo y lomo. Pregúntale a Tere, que ella lo sabe muy bien. De cualquier cosa que le dijeras te hacía un cuento, cualquier palabra le servía para montar un castillo de ilusiones. Además, fue un precursor ignorado del surrealismo. O no es surrealista esta expresión: "Mil y mil ciento veinte, diecinueve y tres, quince. El que debe nueve y paga diez, queda a deber once" Jaja. Un abrazo de época.

    ResponderEliminar
  7. Hola, Mariano.
    ¿Por qué nos sentimos tan entrañablemente unidos a los abuelos? Sólo conocí a tres de los cuatro que tuve y, en mi recuerdo, están tan vivos y queridos como antaño. Cuando sólo era una renacuaja les adoraba y sentía en ellos a un amigo mayor, que comprendía mis caprichos y me protegía de la mano apresurada de una madre enojada por alguna travesura inocente. Aún me duelen y me conmueven su ternura,sus sabias palabras y su comprensión. Fué una suerte conocerlos.
    Un abrazo. Ascensión.

    ResponderEliminar
  8. Hola, Ascensión: cuando nosotros éramos pequeños, los abuelos tenían una importancia vital en la familia y, en general, la sociedad tenía un gran respeto por su figura. Pero las cosas han cambiado bastante. Yo creo que ahora, el abuelo y el nieto se sienten igualmente atraidos, y esta sociedad funciona mientras los abuelos son necesarios. Luego, cuando los niños crecen, a los abuelos se les suele pegar la patada. Ahí es donde todo ha cambiado.
    Yo no conocí a las abuelas, pero sí a los abuelos, y tengo de ellos un recuerdo imborrable.
    Gracias por el comentario, siempre juicioso. Un abrazo

    ResponderEliminar
  9. La vida no tendría encanto si nuestras vidas no estuvieran marcadas por el amor y las historias de los abuelo/as.

    ResponderEliminar
  10. Cuanta razón tienes, Mila. Parece mentira que no nos demos cuenta de ello y que estemos jubilando a los abuelos de su papel mucho antes de lo que sería deseable. Yo creo que es por ahí, por donde la sociedad se ha empezado a deshumanizar. Ojajá rectifiquemos a tiempo para que puedan corregirse otras cosas.
    Gracias. Un abrazo

    ResponderEliminar
  11. Hola Mariano,
    No pude disfrutar de la presencia de abuelos/as.
    Es un hecho de pura biologia, y consecuencia de haberse casado muy mayores mis padres.
    Lamentablemente, como sabes tambien me case muy mayor (45 años).
    Como mi mujer es veinte años más joven, al menos mi hija ha disfrutado de abuelos maternos.
    Es por de Anita -ahora tiene 19 años-, como he podido realmente apreciar la existencia y vivencia con los abuelos.
    En multitud de ocasiones, pienso en mis padres y lo felices que les hubiera hecho tener una nieta.
    Bueno, como dice el refran, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
    Por favor, cuentanos más cosas de tu abuelo, me parece este donde este, un tipo genial.
    Saludos,
    pepe

    ResponderEliminar
  12. Hola, Pepe: evidentemente, no haber tenido abuelos es una carencia importante. Tú lo has explicado muy bien en este comentario tan emovivo.
    Además, en la época que yo disfruté de mis abuelos (de mis abuelas no pude), estos tenían, tal vez, una mayor importancia en el desarrollo de un niño. No quiero decir que ahora no la tengan, sino que han cambiado mucho las cosas. Los niños van muy pronto a guarderías, tienen en casa juegos y televisón, los abuelos no suelen vivir en la misma casa que los niños etc.
    Por ejemplo, este abuelo mío del que tanto hablo, vivió con nosotros durante toda mi niñez. Y fíjate el bien que me hizo y los recuerdos que me ha dejado. Del otro abuelo, en cambio, recuerdo que era "melero" y que los domingos, a la salida de misa, nos daba unas perrillas para comprar caramelos.
    Es cierto que había que hacer algunos matices, pero este abuelo del que tanto hablo se hizo importante para mí gracias al contacto contínuo.
    A ello hay que añadir que, como tú dices, era un tipo genial. Y eso es miel sobre hojuelas.
    Gracias por el comentario
    Un abrazo
    Mariano

    ResponderEliminar