Hombre aventando el grano
La imagen que ilustra este texto fue tomada por Fernando Medrano en Namibia, aunque podía haberla tomado en cualquier otro país africano de características similares. Es verdad que para hacer buenas fotos no hace falta viajar a países tan exóticos como estos. Pero lo cierto es que para obtener algunas de ellas hay que ir a los lugares exactos en los que estas son potencialmente existentes. Y, hoy en día, una foto como la que dejamos aquí no podía haberse hecho en ningún rincón de los llamados “civilizados”, a no ser que se trate de un sucedáneo carente de esencialidad, de autenticidad, de raíces.
Mariano Estrada, 07-03-2023
La fotografía emocional de un artista sensible
Fragmento de un Texto escrito para el programa de una exposición fotográfica de Fernando Medrano sobre Cuba (Benidorm, 1998)
Más
allá de la moda y los estereotipos, más allá de la figuración y de los espejos,
Fernando Medrano es un ojo de sensibilidad, humilde y hondo, un artista en
carnes de pureza cuyo afán de superación no se fundamenta en la fama o el
dinero, sino en el placer de crear o recrear y, más lejanamente -como
inevitable y legítimo rebufo-, en la íntima satisfacción de unos logros
trabajosamente alcanzados.
Al igual que con la familia y con
los amigos, su relación con la cámara es un acto continuo de fidelidad, término
que implica al amor y al respeto. De ahí, de ese trato cordial, limpio y
generoso, con grandes dosis de tiempo y persistencia, nace la mejor fotografía:
la que destapa la arteria de nuestras recónditas emociones y nos mueve a
conectar con determinados arpegios de Vivaldi, con un cuadro de lumbres de
Sorolla o con cierto verso de Rilke.
A través de la pupila de este nuevo
Quijote, tan manchego como el original, casi tan Triste de Figura y no menos
romántico, unos cuantos amigos hemos tenido el privilegio de penetrar en
territorios como Grecia, cuyas diversas civilizaciones han sido sabiamente
sincretizadas en un hermoso bloque de diapositivas; como Galicia, con su
atavismo de meigas, de caballos, de barcazas; como Venecia, con su esplendor de
carnaval y sus estilizadas pértigas de gondolero; como Huelva, con su Rocío de
veneración y sus gigantes polvaredas de camino... O quizás como
Zamora, en cuyos montes de La Carballeda, entre robles añosos y
lobos legendarios, aún pueden concebirse los druidas...
Por todos esos lugares, y por otros
de imposible enumeración en este escrito, han pasado sus ojos de zahorí a la
caza de multiplicadas bellezas... Bellezas que ha logrado encontrar en el
almendro, "con su flor de luna"; en la rosa del azafrán, que ya
apunta al recuerdo; en el carmín de sangre de una extensa amapola o en la
estampa brava de un toro de lidia... Molineros de pan y de aceituna, ancianos
en bicicleta, rostros de perfiles carpetanos o carpetovetónicos, una araña en
su intríngulis prolífico, un vendimiador, una abeja de miel en un hollejo de
uva, un tronco mimetizado en la eternidad de una pedriza...
Paisajes con vida y movimiento,
ruinas de dolor, naturalezas muertas...Todo aquello que logre despertar una
emoción, una añoranza, un reguero de lágrimas o gozos, aquello que provoque
admiración y ante lo que es imposible quedar indiferente, es digno sin
duda de ser fotografiado por este inquieto hombre y, a través de su ojo
inquisidor, convertirse en arte. Porque "el arte es un momento de la
Creación rescatado del tiempo y del olvido; o, más estrictamente, la plasmación
material de ese mínimo instante que, percibido y conformado por el artista, se
hace susceptible de captación por el común de los humanos en la medida de
sus diversas disposiciones o sensibilidades."
Mariano Estrada
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