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sábado, 2 de enero de 2010

Los poetas y los niños

Patricia y Daniel Estrada, Elizabeth Piña y Raquel Aparicio

Los poetas y los niños

La capacidad de hacer preguntas es una de las cosas en las que consiste ser niño. Y acaso sea también lo que mejor define al poeta. De manera que el poeta y el niño, además de un corazón abierto, receptivo y gigante, tienen en común un enorme signo de interrogación, que es como un hambre continua, un deseo perenne, una sed insaciable de conocimiento.

Claro que un niño es un ojo multiplicado que dirige sus miradas hacia afuera, en tanto que el poeta -tal vez porque afuera no ha encontrado una total satisfacción-, las suele ir derivando hacia adentro, donde espera hallar la luz o la verdad... ¿Que qué es la verdad? ¡Ay, amigo! La respuesta a esa pregunta la está esperando el mundo desde antes de Poncio Pilatos, de quien dicen que la tuvo delante. Nosotros nos podemos preguntar ¿Quién gobierna el hambre o el dolor? ¿Qué es el amor o el compromiso? ¿Por qué matan los hombres? ¿A qué conduce el odio? ¿La venganza produce beneficio? ¿Por qué me pesa el labio al pronunciar determinados saludos? ¿Por qué se me desboca el corazón al contemplar ciertas bellezas: unos ojos, una cara, la tierna flor del almendro?... Y entonces el poeta se va haciendo rumiante, como las vacas, y las noches se hacen pastos en monótono proceso de transformación que se proyectan en libros de respuestas que sólo tienen preguntas y preguntas y preguntas...

Escribir es eso, una pretensión multiplicada, un constante arañazo, una duda tras otra, una gavilla íntima de interrogaciones, el error tras el error, el intento de dar una respuesta medianamente satisfactoria... Y no es poco. No es poco. A veces las palabras se transforman en palomas de luz y de consuelo. A veces se prolongan en atisbos de tímida esperanza. De hecho, a menudo son acequias por las que corre el llanto o la risa. No estaría mal que, al menos de vez en cuando, sirvieran para hacer reflexionar a quienes de uno u otro modo se han ido apartando de la razón y duermen en el reino de los que ya no tienen conciencia. ¿Que qué es la conciencia? Pues...Una araña gorda que pica en la cabeza de los humanos, especialmente de los poetas y de los niños.

¿Cómo es el alma?

Le dije un día a un muchacho:
muchacho, ¿cómo es el alma?
No sé, me dijo, con ojos
del alma misma que hablaba.–

Seguí con risa de niño
diciendo, ¿cómo es el alma?
Y dijo un hombre: no existe,
no tiene forma, no es nada.

Y preguntando a otros hombres
perdí la forma del alma
que vi salir de los ojos
de un niño, cuando me hablaba.

Del libro Vientos de soledad (1984)

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

7 comentarios:

  1. Entiendo tus palabras que me llegan con fuerza al corazón, las comparto y las siento igual que tu...Como ya no soy una niña a lo mejor es que soy poeta!! Un beso, PEC

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  2. Hola, PEC: es lo mejor que me han dicho en los últimos tiempos, y me han dicho algunas cosas bonitas ¿Será por venir de quien viene? Seguro.
    Y seguro también que de poeta tienens un buen ramalazo...Un beso.

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  3. Hola Mariano, solo hay que leerte para notar la sensibilidad que tienes. No se si es mas bonito el poema o tu comentario sobre los niños. Un abrazo Chabela.

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  4. Hola, Chabela: no hay por qué elegir entre el comentario y el poema. De hecho, están coyunturalmente unidos, pero no son hijos de la misma camada. Entiendo que te gustan los dos, y eso me alegra. Un abrazo

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  5. .
    Los niños,...
    Mirando, apenas balbuceando como la claridad de Dios !!!

    Muy bello.

    Abrazoso fuerte!

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  6. .
    PD.-
    Aunque: NO ES CIERTO que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad...

    (hablando de los niños, y a propósito del dicho tan conocido)

    Un abrazo.

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  7. Gracias, Sillercita:
    Los niños, que en este mundo nuestro significan la inocencia, son al mismo tiempo la esperanza.

    La verdad de los borrachos siempre estará matizada por el grado de alcohol. Pero tal vez no sea nunca inocente...

    Un fuerte abrazo

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