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martes, 3 de agosto de 2010

Iniciación

Villajoyosa, entre las playas Charco y Caleta

Iniciación

Del libro Las orillas del mar (2013)

1

De forma imperceptible
-y hasta puede que involuntaria-,
dejo a un lado el camino
por el que voy todos los días
al encuentro gozoso con el mar.

El sendero elegido
-desdibujado por momentos,
casi reminiscente-
me conduce a un paraje solitario
donde abundan las rocas.
Una de ellas presenta una hendidura
por la que accedo a un pasadizo y
finalmente a una cueva.

Es verdad que me tiembla el corazón,
pero descubro con asombro
que mi curiosidad
es superior a mis recelos,
siendo éstos muchos.

Y de pronto me veo
-casi diría que me intuyo-
en un pequeño espacio
que, de manera insospechada,
viene a ser el vestíbulo
de una experiencia singular,
desconocida, casi delirante.

La historia es breve:

Cuando mis ojos se acostumbran
a la mermada luz del interior,
consigo descifrar este letrero
cincelado en la roca:

“Prohibido el paso”

Y debajo, con letra diminuta,
se añade esta curiosa explicación,
que es más bien un enigma:

“Si transgredes la prohibición
y cruzas ese hueco
de elemental oscuridad,
hacia el que miras con asomos
de incontinencia,
sabrás más de ti mismo
y entenderás mejor el mundo,
pero nunca podrás, a cambio,
revelar la naturaleza
de tus descubrimientos.

En realidad,
tan sólo habrá una forma
humana de saber
si has burlado el mandato
o lo has obedecido.

Y no tú, otros
serán los que lo sepan,
los que te harán saber un día,
casi de forma imperceptible
y, desde luego, silenciosa,
que, como tú,
están en el misterio”

2

Y no recuerdo más.
Cuando cesó la luz
mi mente quedó a oscuras
y ya no hubo conciencia ni energía
que guardara un destello en la memoria.

Dicho de un modo más humilde:
No sé cómo ni cuándo
abandoné la cueva.
Tampoco sé la forma
en que salí de aquel lugar
para llegar a casa.

Sólo puedo decir
que, al recobrar la lucidez,
el alba se posaba sobre el mar
y el horizonte ardía.

Epílogo

¿Si me he vuelto a acercar
al escenario de los hechos?
Claro, me acerco con frecuencia.
Tomo el mismo camino,
llego al mismo paraje y busco,
busco con toda intensidad.

Pero es buscar en vano,
porque jamás he vuelto a ver
la mágica hendidura
de la roca, por la que un día,
cayendo ya la tarde,
penetré en las arterias del subsuelo.

Posdata:

Me siento mal. Ignoro
lo que pudo ocurrir en esas horas
de absoluto vacío
de la conciencia.
¿Ha cambiado mi vida? No lo sé,
pero mis ojos, desde entonces,
no paran de buscar en las miradas
inescrutables de la gente
un guiño de complicidad,
una confirmación cuyo deseo
me satisface y me horroriza.

Mariano Estrada http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios

4 comentarios:

  1. Extraña experiencia, pero en las miradas, en los gestos, en las sonrisas, tú siempre tendrás la complicidad de tu parte, de un pestañeo sonriente, de una línea dibujada como tímida carcajada en unos labios nuevos, de un mensaje sin palabras que hablen los ojos desconocidos, fíjate bien, son mensajes que no están pero sí son, como el paso prohibido de ese día. Un abrazo.

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  2. Querido anónimo/a:
    En las cuevas oscuras, son obligados los palos de ciego. Y mucho más si son también cenagosas, como las que describió tan magníficamente Ernesto Sabato en el libro "Sobre héroes y tumbas". Al salir de ahí, todos los ojos se vuelven sospechosos.
    Pero no iban por ahí los tiros de mi relatada experiencia. Lo que yo busco son complicidades, ojos que estén en el secreto de la vida.
    ¿Tal vez como los tuyos?
    Un abrazo
    Por cierto, yo he tenido la suerte de poder hablar un ratito con Sabato.

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  3. Gracias, Alicia Susana: para eso está, para recorrerlo y disfrutarlo. Un fuerte abrazo
    Mariano

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