Buscar este blog

lunes, 14 de marzo de 2011

Lobos: del miedo a la admiración

Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

Lobos: del miedo a la admiración

La primera noticia directa que yo tuve del lobo fue una tarde de nubes y olor reciente de lluvia. Según calculo ahora, basándome en acontecimientos familiares de muy difícil olvido, habrían pasado siete años desde el día de mi nacimiento. Por un asunto de tratos en ganadería, de los que a mí me llegaba únicamente el enternecedor balido de los corderos, mi padre había ido a un pueblo de lo que para mí era entonces la ultramontana Cabrera, más allá de Velilla, donde había un lago azul, un pico muy alto, llamado Vizcodillo -que en agosto conservaba intacta la nieve-, y un lejano tufillo de supersticiones y fantasmagorías, no muy bien definidas, entre las que estaban las historias espeluznantes del lobo y los mágicos ululares de ciertas almas en pena, a cuya sombra se cobijaban los forajidos y malhechores.

Podía haber ido a lomos de una yegua rojiza, que yo montaba a pelo entre galopes de temeridad y rozaduras, pero no había sido posible, pues la yegua estaba preñada y en la casa iba a haber un parto inminente; un parto que, si realmente ocurría, atendería con solvencia mi abuelo... Y ocurrió, fue un potrillo salvaje y pelirrojo por el que, casi un año después, arrancado de mis brazos por el tratante que lo había formalmente adquirido, yo sentí emociones elocuentes que terminaron en lágrimas.

De regreso, atravesando las cumbres de la Sierra de la Cabrera, desde las cuales se abarcan las amplias lejanías de la provincia, pero también las cercanas laderas de Aguablanca, el Ferradal, Tijeo..., la tarde mandaba su inminencia hacia una noche cerrada. En ella estaban los miedos y las sombras, las meigas y los lobos.

Mi madre, hecha de cariños y prudencias, me obligó a ir a la cama, una cama de roble y de carcomas donde yo acosté mis tímpanos despiertos... La habitación era un lóbrego vacío de ferocidades, algo así como las fauces negras de un lobo. Yo tocaba el suelo con la mano para crear la realidad y los objetos, porque mi madre se había llevado el candil y, en la tiniebla, el espacio era un tinglado de burbujas desvanecientes atravesadas por lluvias abundantes y amenazadoras: las aguas de mis ojos que plasmaban en el techo unos zarpazos de muerte...

Pero la muerte no vino. Yo crucé la mañana del domingo en un letargo cansado y, al despertar, ya en las proximidades de la comida, una risa grande y unos ojos alegres y despiertos se estrellaron contra el rostro de mi padre que me miraba sonriente.
- ¿No te levantas hoy, Jeremías? -me preguntó.
-¿Por qué tardaste tanto? -le pregunté yo a mi vez, con acento de recriminación más bien perdonable
- Es que me salieron los lobos -dijo él, tan tranquilo.
- ¿Sí? ¿Y qué hiciste? -repliqué yo, entre admirado y temeroso
- Muy fácil, me subí a un roble y esperé a que se hiciera de día
- ¿Y los lobos, no intentaron cogerte?
- Pues claro, pero yo no los dejé... ¿qué te habías creído?
- ¿Y por qué no llevaste la escopeta?
- ¿Para qué, si me bastó con la cacha?

Le fue suficiente con la cacha... Y la cacha era de roble, por supuesto. Y el roble era magnífico y robusto, como mi padre. Y yo, que siempre he amado a mi padre, amé también al roble. Hoy amo al roble y a mi padre, que ya ha muerto. Pero también a los lobos, que afortunadamente perviven en los montes de roble de Velilla ¿Qué sería de ellos si mi padre, aquella noche oscura y tenebrosa, hubiera matado a sus desconsiderados antecesores?

Mariano Estrada, incluido en el libro Los territorios de la inocencia (2014)

La loba

Anduvo a rabiar por el monte
detrás de una loba parida,
con perros que siguen el rastro,
con ojos de acecho y vigilia.

Siguió los regueros del agua,
las cuestas abajo y arriba;
llevaba polainas de cuero
y postas de plomo y mochila.

Pegó con manadas de corzos
y dio con la zorra, que huía;
con tejos, con gatos monteses
y hurones que acaso no había.

De aquello que andaba buscando,
de aquello, ni loba ni cría.
De pronto, mirando a la luna,
se vio con la barba crecida.

Del libro Tierra conmovida (1987)

Mariano Estrada http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios

Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

8 comentarios:

  1. La admiración por un padre es un sentimiento mágico y digno.
    Una historia muy bien escrita,
    llena de miradas infantiles.

    El poema... ¡emocionante!


    ¡Un saludo y gracias por compartir!

    ResponderEliminar
  2. Hola, Susi: sí, es un sentimiento mágico, gozoso y duradero. Hace 22 años que murió mi padre y los recuerdos y los sentimientos siguen igual de vivos. Hay muchas cosas que aprendí de él cuando era niño y seguirán conmigo siempre.
    Gracias por tus palabras. Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. ¡Qué animal tan fascinante es el lobo!En la finca que rodea la casa siempre nos acompañan los perros domesticados de su misma estirpe: pastores alemanes, huskies (estos muy escapistas). Actualmente sólo hay tres pastores, a los que adoro.
    Me gusta mucho tu relato y versos. Recordé mis miedos infantiles a los perros y a muchos otros bichos vivientes. Con los años aprendí a reservarles un hueco en mis días. El temor ha dejado paso a la admiración y el agradecimiento. Se lo merecen.
    Un abrazo, poeta. Ascensión.

    ResponderEliminar
  4. Hola, Ascensión: la tuya con los animales es una evolución pausada, ascendente, positiva. Y creo que así ha sido, en general, la evolución de todos nosotros en los últimos cincuenta años. Y digo en general porque, desgraciadamente, hay unos que se pasan y otros que no llegan.
    Tradicionalmente, en las zonas ganaderas el lobo ha sido perseguido con saña y, desde hace algún tiempo, ha cargado incluso con culpas que no tiene. Me refiero a los desmanes que han cometido con los ganados determinados perros asilvestrados.
    Yo creo que los lobos deben ser protegidos y que los ganaderos deben de ser resarcidos por los daños que los lobos puedan causar.
    Gracias y un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Como me a recordado mi infancia este relato Mariano,encariñarte con algun animal que luego era vendido,era frecuente y siempre habia lagrimas....Tambien hubo en aquellos años algunas esperiencias con los lobos,aun recuerdo esa sensación de como se erizaba el vello en los brazos cuando presentias que estaba cerca, lo malo es que no siempre habia arboles a los que subirse....A pesar de los miedos que pase entonces,yo admiro mucho a los lobos,siempre trabajan en equipo,son muy astutos y a pesar de que casi fueron llevados a la estinción,su estilo de vida en el que todos cuidan de todos y que no tienen depredadores, han logrado sobrevivir. Quiero que el aullido de los lobos se siga escuchando en nuestros bosques....Gracias Mariano.

    ResponderEliminar
  6. Hola, Inés: me alegra haber estimulado en ti tan bonitos recuerdos.
    En España se empezó a tomar conciencia de la precaria situación de los lobos a partir de la magnífica labor divulgativa de Felix Rodríguez de La Fuente, incluso entre aquellos que perseguían su extinción. Ayudó también el hecho de que España había dejado de ser ganadera, o lo era menos, en muchas de sus comarcas.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. Muchas felicitaciones, Maestro, porque a través de su cuento, me acerque a ese mundo sensible que nos permite visualizar cuán importante es buscar la convivencia con los seres de la naturaleza, pero ante con nuestra propia raza... y los personajes de su cuento son un ejemplo palpable de ello... ese afecto que se expresa en esa relación padre, hijo y los lobos.

    ResponderEliminar
  8. Gracias, Dalit Rafael: creo que has captado perfectamente la esencia de este pequeño cuento que, por cierto, se basa en una historia real que le ocurrió a mi padre. Quiero añadir que el afecto al que te refieres (amor, en realidad) se extendía también a mi madre, a mi abuelo y a aquel potrillo pelirrojo que me arrancaron un día de los brazos.
    Un abrazo

    ResponderEliminar