Campo de olivos, Relleu (Alicante). Al fondo el Puig Campana.
Árboles y desiertos: Memorias
del olivo
En la localidad alicantina de Tárbena, que es una joya
perdida-ganada-reconquistada-repoblada, queda uno de aquellos dos “cipreses de
bronce” a los que se refirió Gabriel Miró en su libro “Años y leguas”. Gerardo
Diego inmortalizó “El ciprés de Silos” en un poema que no necesita
presentación. José María Gironella, autor que ahora es muy poco recordado, legó
a la posteridad un libro que se titula “Los cipreses creen en Dios”. Por su
parte, Miguel Delibes nos advirtió de que “La sombra del ciprés es alargada”.
Lo que quiero decir es que, en esta bendita tierra, de una
forma o de otra, los árboles han tirado
mucho de las plumas de los escritores, de las egregias y de las que no lo son
tanto.
La obra de Antonio Machado está sembrada de álamos, de pinos
y de encinas. Además, específicamente, don Antonio escribió el poema “A un olmo seco”, que todos conocemos
desde la escuela. Claudio Rodríguez dedicó uno de los suyos a “Los almendros de
Marialba”. Camilo José Cela, tras años de trabajo y tozudez, nos dejó su “Madera
de boj”, que en realidad es un recuento de muertos en la tumultuosa Costa de la
muerte. Rafael Sánchez Ferlosio
describió de una forma increíble el fantástico castaño de “Alfanuhí”, que era
todo él de colores. Marina Mayoral se ha pasado algunos ratos de su vida
escribiendo “Bajo el magnolio”. Santa Montefiori lo hizo “A la sombra del
ombú”...
Y, salvando las distancias, yo mismo tengo un libro titulado
“Hojas lentas de otoño” que, además de hablar de la muerte, habla de las hojas
del roble, árbol que le da nombre a la tierra donde nací, la Carballeda zamorana. Y
en la tierra alicantina de la
Marina Baixa, en la que vivo desde hace 37 años, escribí
“Desde la flor del almendro”…
Esto es sólo un apunte, naturalmente. Un apunte sacado a
vuela pluma de los posos de la memoria, a la que fueron pegándose tras
persistentes y desordenadas lecturas. No
es, por tanto, un recuento. Y mucho menos un recuento exhaustivo, cuya
realización requeriría tiempo y paciencia. Si alguien tiene estas cosas, yo le
cedo gratuitamente la idea. Puede ser un trabajo gratificante.
Sin embargo, para mis inmediatos propósitos, con lo dicho
hasta aquí tengo más que de sobra. Porque mis inmediatos propósitos se reducen
únicamente a llamar la atención. ¿Sobre qué? Veamos:
Es verdad que nuestra literatura está llena de árboles, como
no podía ser de otro modo, ya que, en términos generales, hemos vivido siempre
entre ellos. El problema es que en determinadas regiones españolas,
especialmente del Sur y del Este –y siempre según los entendidos- está
empezando a oler a desierto. Y esto es algo por lo que debiéramos estar
preocupados ¿Lo estamos? Yo sinceramente lo dudo.
Un abrazo
Memorias del olivo
Regreso al corazón
donde la noche,
con su alud íntimo de dudas,
me ofrece un arrabal
de
hidropesía y piedra.
Y aunque es la luz del alma
un ojo diametral
o contrapunto ciego,
la luna,
con sus óvalos altos de ceniza,
persiste en derramarse en
esos troncos de sed, en esas
memorias
tristes
del olivo.
Del libro “Desde la flor del almendro”
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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