Vega del Castillo, Zamora. Foto M Estrada
Pensamientos que
surgen al andar
Dijo Borges que la lluvia es una cosa que sin duda sucede
en el pasado, pero yo iba a salir a caminar en el más rabioso presente y me lo
ha impedido la lluvia. Tate, me dije, la lluvia que veo caer no está sucediendo
ahora, sino que ya ha sucedido. Y entonces, sin saber bien por qué, recordé a Berkeley, el obispo irlandés que afirmaba que las cosas no tenían
existencia real o natural distinta de la de ser percibidas por el
entendimiento. O sea que eran sólo ideas en nuestra mente ¿Ideas? –le replicó
un viejo amigo- Pues cuídate de apartarte cuando pase una idea con forma de
autobús, porque puedes salir arrollado, pisoteado y perceptiblemente muerto.
De pronto extendí el brazo hacia el espacio exterior y
sentí en mi propia carne que la lluvia mojaba, de manera que recogí
humildemente la extremidad y le di preferencia al autobús.
Hasta aquí, nada raro. Lo realmente raro es que llueva en
Villajoyosa. Tan raro es que, si lloviera, la lluvia no sería lluvia, sino
ilusión, espejismo o milagro. Y yo en los milagros no creo, francamente. O sea
que opté por caminar.
Cosa que hice así: encendí el ordenador y me introduje en
caminos ya explorados, secos y reconocibles, en los que el barro es una carne
andariega y la lluvia es un cúmulo de pensamientos que, en efecto, sucedieron todos
en el pasado. Con ellos os dejo.
Pensamientos que
surgen al andar
A veces, el camino es un silencio necesario sobre el que
caen los pensamientos y las ausencias o, simplemente, la monotonía de los
pasos. Así, el camino no sólo se hace al andar, sino que se marca y se remarca
bajo las plantas de los pies, que en realidad son las gomas de unas botas
camperas cuyas puntas se clavan en tus ojos al ritmo de una música pausada y
recurrente y con principio de interrogación ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién es yo,
qué es aquí? ¿Por qué me gusta este yo y este aquí? ¿Por qué me atrae más la
realidad natural que la transformada? ¿Por qué no me ilusionan los actuales
derroteros de la sociedad ni tampoco los inmediatos, si son como todo está
previsto? Si amo tanto la vida ¿por qué tengo que buscarme refugios? ¿Por qué
hay siempre alguien que se aprovecha del dolor de los otros? ¿Cómo ser feliz
sin un acuerdo íntimo con tu corazón y también con la realidad en la que vives?
¿Es suficiente lo posible? ¿Debo enfrentarme a lo que no me gusta, para
cambiarlo, o hacerme un nido en la higuera? Y si hago un nido en la higuera
¿debo instalar en él un tirador de chinitas? Y si eso no vale de nada ¿adónde
iré con los huevos que haya estado incubando, ya que son excesivos para el
hígado de un ruiseñor y no sólo de pan vive el hombre?
Y las respuestas no pasan el tamiz de la superficialidad,
sino que quedan atrapadas en un punto reflejo del subconsciente, donde están
los parapetos de la ignorancia, las
almenas del miedo a la verdad, a las verdades, el vértigo que emerge de esa
pretendida profundidad en la que suele
estar el vacío sobre el que flotan, incontestadas, las preguntas. Hasta que un
día inescrutable e indeterminado, hoy, ayer, mañana, siempre, alguien acaba por
decir: ¿quién era? Y le responde una máscara de gravedad: “Le llamaban Manuel,
nació en España”.
Y ahí queda el misterio, en el interior de una conciencia
acorazada que no logró convertirse en granada rompedora, porque no horadó la
tierra para dar contestación a las preguntas, limitándose a viajar como
abarrote de la sociedad en un tren atestado de mercancías. Menos mal que
también iban gallegos. “Coca-cola, hay coca-cola” ¿Dónde estamos, señor? En
Medina del Campo ¿Y cuándo estaremos en Madrid? Antes de la Expo de Sevilla, a
altas horas de la velocidad, del traqueteo, del alto jazmín en la alta noche
¿La alta velocidad implica una mayor confusión con el tocino que la que ha tenido hasta ahora? Con
el unto, más bien, con la manteca ¿Y usted cómo se llama? “Me llamo barro
aunque Miguel me llame” ¿Y quién es
usted en realidad? Yo soy yo, pero también mi circunstancia, que es mi fe, que
es mi padre y mi madre, que es el frío y la noche, que eres tú, que es mi
mujer, que son mis amigos y mis hijos, mis discípulos y mis maestros, el
barrio, los vecinos, la sociedad, los libros.
¿Carne, espiritualidad, historia? ¿Carne de
grasientas hamburgueserías,
espiritualidad de los estímulos etílicos, historia de los derrumbamientos
humanos? Adiós, señor, yo me llamo insistencia. No creo en el descrédito, ni en
la maldad intrínseca y absoluta, ni en la absoluta corrupción, ni siquiera en
los ánimos caídos ¿Y en los caídos por Dios y por España? ¿Qué caídos son ésos,
señor? España no tuvo caídos, sino tumbados. Caer no es tumbar. Yo me caigo de
bruces, involuntariamente, tú te tumbas a la bartola con todas las premisas de
la voluntad. O matas al del quinto o jodes al del sexto. Los unos a los otros.
Los otros a los unos. Todos fueron tumbados, metidos en la tumba ¿Por qué? Por
el raro sentido de las guerras, por la
ausencia palmaria de generosidad, por el
orgullo desmedido y la oprobiosa intolerancia, por la absoluta falta de
miras, por la codicia, por la incomprensión patética de los hombres, no de
todos los hombres, claro, sólo de unos pocos, los que mandan, los que disponen,
los que se obsesionan con el honor y con la patria, los que dominan, los que
obran de mala fe y los que tienen el
pensamiento retorcido. A los muertos los cambiaron de valle. Del vivo de las
lágrimas al yerto de los tumbados. No una tumba, muchas tumbas. No un valle,
muchos valles. Pero yo me llamo insistencia, como dije. Y de todos los valles,
Valle-Inclán. Y de todas las guerras, el perdón.
Por eso estoy aquí, invocando la niñez, donde persisten las
ninfas de los arroyos y de los bosques y de la libertad. Llamando a las puertas
del pasado para ser presente y futuro, para ser alma y paisaje, para ser roble
y camino. “Como tú, piedra pequeña”, que antes fuiste una roca en un monte que
se resquebrajó y ahora eres un grano diminuto y puñetero que se ha colado en mi
bota de correcaminos ¡Pi-Pi! Pipí, no: caca. Me siento mal, muy mal, pero me
siento a fin de cuentas y me descalzo y me percato de que, durante unos leves
segundos, se incrementará el paro en España. O al menos el acervo de las
paridas. La intimidad nos permite ser banales sin que sea necesaria una
disculpa. Aunque es peor ser frívolos o poderosos o soberbios o aniquiladores.
La intimidad tiene los límites diluidos, depende de la conciencia de cada uno,
es decir, del soporte. La intimidad es el soporte de las personas. Vaya, ahora me incorporo y carraspeo, tal vez
para ocultar esta vergüenza de sacar a la luz mis naderías y banalidades.
Aunque, no sé, en momentos de relajación y de abandono, acaso vengan bien para
evitar que se nos cuelen las venganzas y los odios y, en general,
los pensamientos que encierren prepotencias o injusticias o amarguras.
Ya de pie, levanto la cabeza, tomo un soplo de aire, miro
hacia el punto de destino y pienso, desde el metódico descarte de la duda, que
la distancia entre la dicha y el dolor es una recta muy corta, tan corta como
la que existe entre el odio y el amor,
tan corta como la que media entre la seriedad y la risa. Más corta aún
que la existente entre ciudades unidas por el Ave, Iglesias unidas por el Ave,
ejércitos unidos por el Ave. Ave, Fénix, ¿acaso te refieres a César? ¿Qué
César, Vallejo? Al César, Bruto. No, Gounod, me estoy refiriendo a María, soy
Schubert...
Fragmento del libro Aguablanca, caminos de ida y vuelta (2002)
Mariano Estrada www.mestrada.net
Paisajes Literarios
Dejando huella! :)
ResponderEliminarUn abrazo.
Detectada, gracias. Un abrazo
ResponderEliminar