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Ayer se cumplieron dos años de la muerte de José Saramago. Cuelgo aquí este artículo que entonces le dediqué y que creo que sigue vigente.
Saramago: el hombre
íntegro
Confieso que José Saramago, con quien he compartido y
comparto muchas ideas y sentimientos, no ha sido para mí una referencia
literaria, como en su día fue Fernando Pessoa. Es verdad que es autor de un
libro generalmente aplaudido (y a pesar de ello excelente), llamado “La balsa
de piedra”, por el que ya tendría derecho a un pequeño rincón en el Parnaso. En
dicho libro relata un hipotético desgajamiento de la Península Ibérica
del continente europeo y su consiguiente deslizamiento hacia el rojo de nuestra
América del Sur, con el anecdótico peligro de llevarse por delante a las
Azores. A partir de esa idea brillante, expone y desarrolla una metáfora
sencilla, pero mágica y luminosa.
Luego vino una sucesión amplia de títulos, de los que yo
sólo podría hablar de unos pocos, naturalmente. Por ejemplo: de “Todos los
nombres” (1997), libro que leí con mucho gusto, o de “El Hombre Duplicado”
(2003), que me pareció una especie de fraude. Tanto es así que ya no recuerdo
nada de las peripecias de aquel profesor. Desde entonces, estuve mucho tiempo
sin prestar atención a los libros de este portugués universal que, como
consecuencia de la prohibición en su tierra de “El Evangelio según Jesucristo”
(1991), -que le llevó en volandas a la fama-, había venido a residir en Lanzarote,
donde ha estado hasta el fin de sus días acompañado por su mujer y donde ha
tenido una prolífica vida literaria.
En 1998 recibió el espaldarazo del Nóbel de Literatura por
su libro “Ensayo sobre la ceguera” (1995) y, a partir de ese momento, se desató
en el mundo una gran parafernalia de admiraciones, adulaciones, manifestaciones
públicas, apoyos ideológicos, rechazos viscerales, críticas acerbas y
viperinas, así como toda suerte de
entrevistas, conferencias, ensayos,
artículos…(Un aspecto negativo del mayor premio literario del mundo, es
que, a raíz de obtenerlo, el autor -y no me refiero a Saramago, sino a
cualquiera- desplaza un tanto a su obra para convertirse en personaje de sus
lectores y, en general, del mundo de la
comunicación).
Pero más allá del ámbito estrictamente literario, del que,
no obstante, él no se quería
diferenciar, Saramago me ha parecido siempre un gran hombre, aunque esto, así dicho, suene mucho a tópico ¿Y por qué me ha parecido un gran hombre? Fundamentalmente, por la concordancia
entre sus dichos y sus hechos. Es decir, por su integridad como persona. Y ello
aunque estuviera equivocado en sus creencias, como algunos aventuran. Por
cierto, los que eso dicen, ¿tienen la patente sobre la verdad? ¿Por qué saben
que estaba equivocado? ¿Quién se atreve a asegurar que un hombre ha vivido o
vive equivocado cuando no ha hecho otra cosa en la vida que ser fiel a sí mismo
y a sus ideas? ¿No hacen otros igual, aunque sea en sentido contrario o
divergente? Yo tiendo a creer que todos nos equivocamos a menudo y todos
acertamos a veces, dependiendo de los casos y de las cosas y de las
circunstancias. Nada más inhumano que la infalibilidad que le atribuyen al
Obispo de Roma, cuando habla “ex cátedra”.
Desde estas breves líneas, y con motivo de su muerte, yo le
quiero desear un buen viaje hacia lo inescrutable, donde sin duda se verá
liberado del peso de ser alguien en este mundo nuestro, lleno de aciertos y de
errores, de injusticias, de miserias y de belleza, que es donde realmente tiene
asegurada la memoria por muchísimos años ¿Por toda la eternidad? Especialmente en España y Portugal, los
países para los que él soñó una convergencia telúrica con el Sur, los países
que tal vez un día debieran ser uno sólo.
Requiescat in pace.
La inexorable
Viene con lentitud,
casi con parsimonia,
pero, como ave de rapiña
que no suelta la presa,
va minando el impulso
de nuestra sangre, socavando
la firmeza del corazón
y restándole bríos
al indómito potro del espíritu.
Nadie la invita, ella sola
se mete por las grietas insondables
de la fontanería corporal
y, lentamente, va quemando astillas
del poblado almacén de las neuronas.
Y de la piel, que se resiente,
y de la carne, que se humilla,
y de todas aquellas ilusiones
de la ardorosa juventud
que, resignadas, buscan junto al fuego
un tranquilo rincón para dormir.
Viene con lentitud,
casi con parsimonia,
pero, como ave de rapiña
que no suelta la presa,
va minando el impulso
de nuestra sangre, socavando
la firmeza del corazón
y restándole bríos
al indómito potro del espíritu.
Nadie la invita, ella sola
se mete por las grietas insondables
de la fontanería corporal
y, lentamente, va quemando astillas
del poblado almacén de las neuronas.
Y de la piel, que se resiente,
y de la carne, que se humilla,
y de todas aquellas ilusiones
de la ardorosa juventud
que, resignadas, buscan junto al fuego
un tranquilo rincón para dormir.
Del libro “Gotas de hielo”
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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