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Liborio
En los adustos pueblos de la España rural, cuando
estaban habitados por personas y no por ausencias y abandonos, las partidas de
cartas en los bares eran tomadas con mucha seriedad, a veces con excesiva
seriedad. Es cierto que se permitían mirones alrededor de la mesa, pero éstos
estaban convenientemente advertidos, ya que un simple comentario suyo podía
hacer trizas el normal desarrollo de las jugadas: “Los de fuera se callan y dan
tabaco ¿Oísteis?”, era la frase con la que esta cuestión quedaba resumida,
además de zanjada. “¿Oísteis bien?” Y es que estaba en juego la consumición.
Yo he presenciado partidas impresionantes entre personas con
muchas horas de silla –y también muy tacañas- donde se produjeron grandes
alborotos y griteríos, en los que todo el mundo parecía estar a punto de llegar
a las manos.
-No me jodas más, ¿eh?, que te estampo las cartas en las
narices.
-¿Tú a mí? Mira a ver si no te las meto yo por el culo.
No pasaba nada.
No obstante, la partida que
recuerdo por encima de todas podría entrar de lleno en la categoría de
los esperpentos. Tomaba parte en ella un joven al que, en opinión de la gente
del lugar, le faltaban unos cuantos hervores. Tanto es así que cobraba una
pensión del Estado. Pero no jugaba mal a las cartas. Se llamaba Lorenzo. Los
compañeros de la partida, que era de tute subastado, no son relevantes a los efectos
de esta pequeña historia y podían haber
sido otros o los mismos, como hubiera dicho Borges.
El caso es que uno de los mirones, cuyo nombre era Liborio y
al que le eran aplicables idénticos diagnósticos sobre el estado mental que al
jugador mencionado anteriormente, en lugar de callar y dar tabaco, como era la
consigna, se le fue un poco la lengua y pudo oírse en el aire: “Sal por el as”,
que podía indicar que entre las cartas de alguno de los jugadores había un
viudo. A Lorenzo no le gustó nada el comentario y se produjo entre ambos este
pequeño rifirrafe:
-Tú te callas, tonto –le advirtió visiblemente exaltado.
-Oye, ¿tú cuánto cobras? –le replicó serenamente Liborio
-Mil quinientas pesetas ¿Qué pasa?
-Nada, que entonces eres tan tonto como yo.
Pues bien, Liborio es también el protagonista de la historia
que se cuenta en el poema que dejo más abajo. Es cierto que está un poco
adornada por el autor, pero la esencia no se ha alterado ni un pelo.
LIBORIO
A Lisardo,
que siempre me ha inspirado ternura.
La tarde tiene colores
de laxitud y desgana;
pero el deber, que es muy duro,
doblega el lomo y... trabaja.
Quien tiene tierras, la tierra,
quien tiene ovejas, la lana;
con la razón de los cuerdos
nadie se atreve a la holganza.
Pero no todos son cuerdos,
algunos hay que son mandrias,
pamemos, tontos del bote...
Por ellos rompo esta lanza.
Jacinta, la del Codeso,
está arrancando una mata;
la voluntad le rebosa,
pero la fuerza no es tanta.
En esto llega Liborio
por el carril de las cabras,
y ¿qué es lo que hace? Se sienta
para ejercer de miranda.
- De dónde sales, Liborio?
- De por detrás de esas zarzas.
No hay más silencio en el mundo
que el que siguió a estas palabras.
Sólo la azada se oía
como un lamento del alma.
Liborio, desde su trono,
tranquilamente miraba;
casi una hora mirando
y con la boca cerrada.
- ¿Qué miras, Tonto del Bote?
- Lo que los ojos me alcanzan.
Y por lo visto hasta ahora,
llega la noche y no acabas.
- Acaba tú por mi cuenta.
- Haber traído las vacas.
Esta raíz es más honda
que el colagón de las nalgas.
Tú la has dejado crecer,
a ti te toca arrancarla.
A más, quien tiene un marido,
tiene también una espalda;
en ella tienes remedio
y no rogando a las ánimas.
Deja que pase la tarde,
respira un poco, descansa;
de noche mira la luna
y que él la arranque mañana.
No es bien que pidas favores
al primer tonto que pasa.
- No sé las cosas que dices
de dónde diablos las sacas;
los que te tienen por tonto
¡qué diametrales se andan!
- Por tonto tengo esta bula,
por listo no me la daban.
Lo que yo diga no vale
poco ni mucho ni nada.
Aquí me tienes, sentado,
mirando como trabajas;
a nadie, que sea listo,
se le consiente esta gracia.
¿Que tú me pides ayuda?
Yo te la niego y ... se acaba.
Puedes mandarme a la mierda
y yo a una mierda más larga.
Si no la hubieras dejado,
no había crecido esa mata;
hoy ya no puedes con ella,
pues, oye, ¡jódete y baila!
Entiendo que te relinche
el percherón de la rabia;
lo entiendo tanto que, mira,
casi me duele en el alma.
- Entonces ¿vas a ayudarme?
- Ya te lo he dicho: “nequaquam”.
- Diez duros tienen la culpa.
- Ni aunque los riegues con lágrimas.
Y dicho esto, me marcho,
que aquí no pinto ya nada...
Es privilegio del tonto,
cuando la linde se acaba,
seguir las huellas del tiempo
por los carriles del agua.
Del libro "Trozos de cazuela compartida"
A Lisardo,
que siempre me ha inspirado ternura.
La tarde tiene colores
de laxitud y desgana;
pero el deber, que es muy duro,
doblega el lomo y... trabaja.
Quien tiene tierras, la tierra,
quien tiene ovejas, la lana;
con la razón de los cuerdos
nadie se atreve a la holganza.
Pero no todos son cuerdos,
algunos hay que son mandrias,
pamemos, tontos del bote...
Por ellos rompo esta lanza.
Jacinta, la del Codeso,
está arrancando una mata;
la voluntad le rebosa,
pero la fuerza no es tanta.
En esto llega Liborio
por el carril de las cabras,
y ¿qué es lo que hace? Se sienta
para ejercer de miranda.
- De dónde sales, Liborio?
- De por detrás de esas zarzas.
No hay más silencio en el mundo
que el que siguió a estas palabras.
Sólo la azada se oía
como un lamento del alma.
Liborio, desde su trono,
tranquilamente miraba;
casi una hora mirando
y con la boca cerrada.
- ¿Qué miras, Tonto del Bote?
- Lo que los ojos me alcanzan.
Y por lo visto hasta ahora,
llega la noche y no acabas.
- Acaba tú por mi cuenta.
- Haber traído las vacas.
Esta raíz es más honda
que el colagón de las nalgas.
Tú la has dejado crecer,
a ti te toca arrancarla.
A más, quien tiene un marido,
tiene también una espalda;
en ella tienes remedio
y no rogando a las ánimas.
Deja que pase la tarde,
respira un poco, descansa;
de noche mira la luna
y que él la arranque mañana.
No es bien que pidas favores
al primer tonto que pasa.
- No sé las cosas que dices
de dónde diablos las sacas;
los que te tienen por tonto
¡qué diametrales se andan!
- Por tonto tengo esta bula,
por listo no me la daban.
Lo que yo diga no vale
poco ni mucho ni nada.
Aquí me tienes, sentado,
mirando como trabajas;
a nadie, que sea listo,
se le consiente esta gracia.
¿Que tú me pides ayuda?
Yo te la niego y ... se acaba.
Puedes mandarme a la mierda
y yo a una mierda más larga.
Si no la hubieras dejado,
no había crecido esa mata;
hoy ya no puedes con ella,
pues, oye, ¡jódete y baila!
Entiendo que te relinche
el percherón de la rabia;
lo entiendo tanto que, mira,
casi me duele en el alma.
- Entonces ¿vas a ayudarme?
- Ya te lo he dicho: “nequaquam”.
- Diez duros tienen la culpa.
- Ni aunque los riegues con lágrimas.
Y dicho esto, me marcho,
que aquí no pinto ya nada...
Es privilegio del tonto,
cuando la linde se acaba,
seguir las huellas del tiempo
por los carriles del agua.
Del libro "Trozos de cazuela compartida"
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Entrañable esa partida de cartas,de niña unas cuantas presencie y a veces me hicieron participar cuando faltaba algun contrincante y que apuros para dar las señas,de ahí mi odio al tabaco,pues se pasaban la tarde con el cigarro en la comisura de los labios. Muy bueno este verso sobre los tontos que son mas listos que nadie.
ResponderEliminarEs cierto, Inés, lo del cigarro era un punto molesto, pero creaba un ambiente propicio.
ResponderEliminarAhora ya no hay humo, pero a lo mejor tampoco hay partidas. Por falta de gente. En los pueblos pequeños, lo que hay es una profunda tristeza, sobre todo en los largos y fríos días de invierno.
Gracias y un abrazo