Huerta Muelas. Foto familiar. Antonia detrás del objetivo. Tere no estaba
Octubre del 67
“No se dispute esa liebre,
que tiene amo”
-¡Qué disparate! ¿Se puede saber a quién le disparaba ese hombre?
-Cuidado, chaval, que ese hombre no es Franco, sino mi padre
-Entonces
rectifico la pregunta: ¿Se puede saber a quién le disparaba tu padre
con esa magnífica planta de cazador y esa sarasqueta del 12 que él te
quiso dejar en herencia?
-¿De veras quieres saberlo? Pues mira, muchacho: deduce, juzga, pon el magín a trabajar y conclusiona:
“En un zarzal, dos palomas
alegremente zurean.
Ignoran que les apuntan
los caños de una escopeta”
-¿Insinúas
que tu padre disparaba a las palomas? ¡Qué horror! ¿Y qué palomas eran,
si puede saberse? ¿Tórtolas, torcaces, mensajeras? ¿La de la Paz
establecida, con su ramita de olivo? ¿La de Picasso, que algunos
convirtieron en tanque? ¿La de Alberti, que viajaba con nuestras
iniciales en el pico? ¿La de Antonio Molina, que era tan blanca como la
nieve? ¿La de Antonio el de tu pueblo que, además de llamarse Paloma,
era vaca marela? ¿La del Obispo de Roma, que era una paloma en espíritu,
trinitaria e hipostática? Pero, vamos a ver: ¿disparaba tu padre en
realidad, o solamente apuntaba?
“Y el cazador, ¡va, que viene!
ya no contiene
la espera.
Tris, tris, apunta.
Pum, pum, aprieta.
El fuego sale a montones
de los cañones
de la escopeta".
-No
sé. Lo que está claro es que, en los concurrentes, concitaba más
interés el indiscreto objetivo de la cámara -que manejaba diestramente
una Monja-, que los presuntos disparos de mi padre, hecho que queda
demostrado tanto en la actitud de mi madre, con su brazada de berzas
desmochadas, como en la de mis hermanos y la mía, que ni siquiera
requiere explicación. Además, en el lugar hacia el que apuntaba mi padre
no había zarzales ni palomas ni mucho menos zureos, puesto que en tal
dirección sólo estaba el pozo, aquel que tenía un hermoso brocal de
granito y que unos años más tarde me iba a dar mucha pena, tanta como
las mieles que fueron y han dejado de ser, tanta como los sueños
estrellados contra ciertos amaneceres tenebrosamente inhóspitos y
oscuros.
Sí, sí…
¡QUÉ PENA!
Qué pena tengo en los campos
rendidos a la maleza.
Qué pena tengo en las hoces,
qué pena tengo en la siembra.
Y en los caminos truncados
¡qué pena!
Qué pena tengo en los surcos
borrosos de las roderas;
y en las sonatas del carro
y en el jaez de las yeguas.
Y en las veredas del río
¡qué pena!
Qué pena tengo en los ojos
de remirar tanta ausencia:
manales, zachos, traíllas,
bigornias, entalladeras...
Y en los olores del heno
¡qué pena!
Qué pena tengo más honda
en el hondón de la huerta:
tomates, habas, cebollas,
patatas, ajos, cerezas...
Qué pena y pena más grande.
¡Ay, ay, qué pena!
Del pozo que daba el agua,
del agua que era tan buena.
Y del caldero herrumbroso
que aún pende de la polea.
Del libro “Trozos de cazuela compartida”
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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ResponderEliminarYo te abrazo sin pena,!!! porque podemos leerte.
Es como mágico lo que escribes poeta, me deja así como.... "posesa", pos esa sensación que se siente al leer tus poemas, tus escritos, tus andares, tus sentimientos llenos de belleza.
Un abrazo sin pena, penita, pena!!!!
Sin pena pero con Gloria.
ResponderEliminarIn excelsis Deo
Gracias, Sillercita. Aleluya