El monstruo de piedra, playa del Bol Nou, Villajoyosa. Foto M. Estrada
El monstruo de
piedra
A
las tranquilas costas de Villajoyosa
llegó un día un monstruo de piedra que era algo así como un cíclope, con
la salvedad de que llegó con todos sus ojos.
Fue mucho antes de que el doctor José María Esquerdo, eminente hijo de la
localidad, construyera la residencia de La Pileta frente a la playa del Paraíso.
Tenía
hambre y comió, tenía sed y bebió, tenía calor y se dio un chapuzón refrescante
y placentero en las cálidas aguas del
Bol Nou, donde recala con frecuencia cierto
poeta peludo de origen zamorano. Allí tomó casa y postura, no sin antes
consultar al ministerio de Medio Ambiente, o a su equivalente en la época, todo lo concerniente a la futura Ley de Costas. Finalmente, se sintió tan a gusto que decidió
quedarse sentado, como el indio más vago del mundo, un mundo que a partir de entonces
fue Nuevo para que Dvorak tuviera su sinfonía.
Decidió
quedar sentado, como digo, hasta que lo consumiera íntegramente esa diosa con
uñas denominada erosión, cosa que ocurrirá en el instante en que dejen de
erotizarlo las nereidas en sus visitas nocturnas y alevosas, llenas de
violencia concupiscente, o, en su caso, hasta que Poseidón lo llame a zafarrancho de combate.
Tiene
los pies anclados en la arena, bajo el
agua, porque cree que así oculta unos grillos que en puridad solo lleva en la
cabeza, donde sus cantos, persistentes y
monótonos, le producen tormentos que derivan en cierta locura transitoria,
mientras el resto de su cuerpo es azotado
por las olas con intermitente y
machacona energía.
La piernas del monstruo, playa del Bol Nou, Villajoyosa
Mira
siempre hacia el mar y, por su actitud anirvanada o inmovilista, se diría que está esperando a Godot, aunque semejante suposición no se apoya en una verdad contrastada. A quien espera
realmente es a su hermano Cristóbal, que hace muchos años fue a hacer las
Américas al Caribe, donde se sabe que congenió con una hermosa india de la
tribu de los Navajos, quienes, enfurecidos y cortantes, le extirparon el colon,
ya que éste degeneró súbitamente en un
cáncer con plumas como consecuencia, al parecer, de que algo extraño se le había metido en el recto, quizás un picotazo
de tucán.
Cristóbal
volvió a España con las alforjas repletas, y aún excedentarias, pero el
monstruo no lo supo jamás, ya que, después de confiscarle al Almirante el cargamento
de la Niña, donde aparte del oro personal había unos sacos de setas
alucinógenas, que en buena lid le correspondían, la Reina Isabel la Católica, dado que su consorte Fernando era
un azufaifo en calzoncillos, mandó que lo encerraran en la cripta de la Iglesia
de los Jerónimos, en el centro de Madrid, construida para honrar al más famoso
de todos, al que llamaban por el glorioso nombre de “El Apache”.
Ahí
sigue aún, impertérrito y paciente, en este día de mayo y de las flores del año
2012, martes y no 13, en el que ha tenido la gentileza de permitirme que le
hiciera esta foto que ahora os presento.
A cambio me ha pedido que le acercara la
silla unos centímetros, hacia el lado del mar, ya que ésta se corre cada vez
que es lamido lascivamente por las
nereidas y por unas primas suyas, tan impúdicas como ellas mismas, que suelen
venir con fuerza en los días de
temporal.
Villajoyosa,
a 22 de mayo de 2012
Mariano
Estrada, incluido en el libro La magia de lo auténtico. Una visión lírica de Villajoyosa (2017)
.
ResponderEliminarQue manera de narrar...
Una maravilla en verdad poeta.
Un abrazo sin cortar tu inspiración.
Gracias, Ángela: ¿dónde estás? ¡Hace tanto tiempo que no sé nada de ti...!
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