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La ciudad íntima
Para Mar,
con mi gratitud y mi reconocimiento
No
es necesario esforzar demasiado la memoria para volver a una ciudad en la que
se ha amado por primera vez en la vida. Y mucho menos aún para situarse en una
calle concreta: la que dejaba en la rotonda de la universidad sus aceras
anchas, sus árboles frondosos. Una calle que, para mí, además de estar ocupada
por tu figura, será siempre la cuna de un amor que aún no había sido.
Dicho
lo cual, y casi sin quererlo, vuelvo a oír el ruido de los coches sobre el
asfalto y, a la vez que te persigo con la mirada, vuelvo a sentir las mismas
cosas de entonces, lo que quiere decir que vuelvo a estar radicalmente
enajenado por el amor y visceralmente celoso.
Celoso
de los pájaros que, muy extrañamente y al contrario que a mí, te permitían
acercamientos que resultaban inconcebibles. Celoso de las farolas en el
instante justo en que la luz se hacía en ellas con el único propósito de
acariciarte. Celoso de las hojas del otoño, que se volvían alfombras a tu paso
y que a veces el viento alborotaba para acercarlas a los enfaldos de tu
vestido. Y aun del viento mismo que, odiosamente incorpóreo y mucho más osado
que los otros elementos del orbe, alentaba sus potros liberales y se perdía en
parajes que la pureza de mi amor no se atrevía a pretender, tal vez ni siquiera
a imaginar. Celoso de aquellos ojos innúmeros y anónimos, que luego se cruzaban
contigo y te lanzaban mensajes descodificados, ingenuos y transparentes, pero
que a mí se me hacían libidinosos e insoportables. Celoso de las formas en que
te miraban los altaneros estudiantes de arquitectura, de las palabras
obsecuentes que te dirigían los futuros lingüistas, filósofos, poetas y
literatos.
Celoso
de todos los compañeros cuyos labios, al hablarte, se llenaban de corazones
encendidos y de sonrisas afables e insufribles. Celoso incluso de las manos que
tomaban las tuyas para ofrecerte un inocente y, sin embargo, sospechoso e
inacabable saludo. Celoso, en fin, del
mundo que, con tu consentimiento o sin él, te rodeaba y te envolvía y del que yo era sólo una levísima parte,
porque ni tú habías intuido mi
desaforada fiebre amorosa, ni yo -anulado
por la intensidad de tu belleza-, me había atrevido aún a declararte mi amor.
Finalmente
lo hice, lo hice, porque mi corazón ya no podía con las esperas ni los ardores
ni los latidos, porque ya no había linderos entre la luz y la sombra, porque en
realidad estaba andando todo el santo día sobre un río íntimo de fuego.
Un abrazo
La ciudad
íntima
Para Mar,
con mi gratitud y mi reconocimiento
Me gusta esta ciudad de aceras anchas
que se cubren con hojas en otoño,
porque
la ocupas tú, con tu soberbio
vaivén
y tu agitado
tacón
de primavera.
Me gusta esta ciudad cuyas farolas
-ojos que miran desde arriba-,
se
fijan mucho en ti
y
su larga mirada las enciende.
Más humildes, las hojas
te
miran desde abajo y
a
veces se levantan y se enredan
en
la grácil sinuosidad
de
tu vestido.
Algo
menos sutil,
y
mucho más directo,
yo
te clavo los ojos en los ojos
para verte desnudo el
corazón.
Mariano
Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Preciosos sentimientos y preciosas palabras...me encanta leerte ,eres un subidón de emociones ,gracias
ResponderEliminarPor aquí pasé... de aquí me voy feliz de haberte leído, tan bello texto y precioso poema!!!
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Maria Luisa: me gusta ese "subidón de emociones". Me gusta y me alegra. Gracias por dejarlo escrito. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarHola, Mariángel: ha quedado el rastro de tu paso. Y es muy bien recibido. Abrazo.
ResponderEliminarMariano:
ResponderEliminarQuiero suponer, por la dedicatoria, que esta Mar a la que nombras, es la Mar de las bellas recreaciones de tus poemas en imagen y sonido.
Es la Mar que se nos ha vuelto esquiva -tal vez a pesar suyo- porque las circunstancias así lo han determinado.
Sigo sin lograr tener certeza del motivo de su silencio y es lo que preocupa.
Pero me emociona sobremanera tu expresión de gratitud y tu reconocimiento.
Un abrazo conmovido
Victoria
p/d Hace rato no recibo tus otrora habituales envíos
Supones bien, Victoria:
ResponderEliminarLa Mar a la que está dedicado este poema es la Mar de las recreaciones de mis poemas.
Dejó de hacerlos por la imposibilidad que tenía de estar mucho tiempo sentada, debido a su enfermedad. Esto la fue apartando poco a poco del ordenador.
Hace ya algún tiempo que no sé nada de ella, como te dije en un correo particular.
Te mando un fuerte abrazo.
Mariano
En cuanto a los envíos, decirte que me estoy tomando un descanso.
¡ Bien merecido el descanso, Mariano !!
ResponderEliminarHay que saber respetar los mandatos del bioritmo y aquello tan complejo de los ciclos circadianos.
Seguramente retomarás tus quehaceres con nuevos bríos, para tu propio beneficio y para beneplácito de los que esperamos el disfrute de tu inspiración literaria.
Por lo demás, aclarado el punto.
Va otro fuerte abrazo desde este lado del Atlántico.
Victoria